Entregada
la noche a estas alturas, por las calles del barrio, las que revolucionadas se
aceptan peatonales, todos van y vienen. Todos saludando; grandes y chicos
saludando y brindando.
Deleitándome,
con la fracción pagana de la sagrada fiesta, me encuentro cuando reparo en unos
pibes, tres o cuatro, que caminando por el medio de la calle, llevando cada uno
una botella de sidra cogida por el pico, que parecen llevarse el mundo por
delante. Con aires de dandis caminan en busca de sus amigos y amigas. A su paso
saludan alegres.
Ese
cuadro trajo a mi memoria un grato recuerdo. Yo hube hecho lo mismo veinte años
atrás. Beber resultaba, y resulta en la actualidad, el inmaduro y precoz
intento de reconocernos, en buena hora, grandes.
Con la
serenidad que me ha sido otorgado por el gracioso paso del tiempo llegué a la
siguiente tesis:
Una botella de licor
barato o una copa de mierda no te hacen grande.
Porque si,
En el mejor día de tu
vida,
Ese día en el cual Belgrano te regaló la gracia de una
victoria,
En el que tu compañera te contó que ibas a ser padre,
En el que tu viejo te dijo lo orgulloso que estaba de vos,
En el que decidiste morir por la utopía, la cual defendiste
toda tu vida,
Miras al Cielo,
Te darás cuenta que es Celeste.
En estas pequeñas características
Es donde reposa la Grandeza.