martes, 24 de mayo de 2011

Anécdota. Grande y grandeza.

                 Durante la navidad pasada pude percatarme de un hecho interesantísimo. Cuando hubo pasado una hora después del tradicional brindis, por la conmemoración de la natividad de Jesús, el nazareno, me paré en la vereda, con una copa en la mano, dispuesto a saludar a mis vecinos. Copas fueron invitadas, abrazos fueron regalados y risas fueron libradas al viento.
                Entregada la noche a estas alturas, por las calles del barrio, las que revolucionadas se aceptan peatonales, todos van y vienen. Todos saludando; grandes y chicos saludando y brindando.
                Deleitándome, con la fracción pagana de la sagrada fiesta, me encuentro cuando reparo en unos pibes, tres o cuatro, que caminando por el medio de la calle, llevando cada uno una botella de sidra cogida por el pico, que parecen llevarse el mundo por delante. Con aires de dandis caminan en busca de sus amigos y amigas. A su paso saludan alegres.
                Ese cuadro trajo a mi memoria un grato recuerdo. Yo hube hecho lo mismo veinte años atrás. Beber resultaba, y resulta en la actualidad, el inmaduro y precoz intento de reconocernos, en buena hora, grandes.
                Con la serenidad que me ha sido otorgado por el gracioso paso del tiempo llegué a la siguiente tesis:

Una botella de licor barato o una copa de mierda no te hacen grande.
Porque si,
En el mejor día de tu vida,
Ese día en el cual Belgrano te regaló la gracia de una victoria,
En el que tu compañera te contó que ibas a ser padre,
En el que tu viejo te dijo lo orgulloso que estaba de vos,
En el que decidiste morir por la utopía, la cual defendiste toda tu vida,
Miras al Cielo,
Te darás cuenta que es Celeste.
En estas pequeñas características
Es donde reposa la Grandeza.