martes, 6 de septiembre de 2011

El hombre sin pasado.


Prólogo.
                              Argentina, 25 de abril de 1976.
Estimado lector:
           Inevitablemente, me considero responsable de la crisis experimentada por Diogo Acapello y no pretendo dejar a este vomitivo relato, huérfano de sentido; por esto decido describir las intolerantes reacciones, ofrecidas por el escritor al abandonar su obra.
          Por tal, cuento que: Diogo abandona su lapicera, se levanta y se dirige hacia la puerta. Desde allí me insulta, gestualmente, tomando sus pelotas con las dos manos. Luego, azota con furia la puerta al salir.
          Casi de inmediato vuelve a entrar a la habitación donde, las ventanas y persianas cerradas, aislanme del mundo. Solo hay un escritorio, en el cual, me encuentro desnudo y desesperanzado. Un cuaderno recibe compasivo mi tinta desesperada. Diogo sostiene, con su mano derecha, un revolver cargado; me apunta.
          -No es personal, guaso. Pero en mi patria no hay tierra para que germine tu naturaleza.-Y diciendo esto, me dispara. La pluma me abandona, obligándome a dejar un cuaderno con muchas páginas sin escribir. Recibo el disparo en mi mente y así muero. Hoy desaparezco sin dejar recuerdos; ningún rastro de mi existencia. ¡Hasta siempre, maldito mundo incomprensiblemente intolerante!
                                                                 Petro Timoshenko.
                (El hombre sin pasado)

Relato.
          ¡Recuerdo, si señor! Viajo al pasado y vuelvo a sentir. Lo hago intencionalmente y en otras ocasiones, son los recuerdos los que deciden ocuparme. Forman parte integral de mi persona, como mis dedos, mis cabellos, mis palabras. Son un eslabón más de mi infinito y están íntimamente ligados a mi ombligo, mis nauseas, mis derrotas.
          Recordar corresponde a una capacidad innata del individuo corriente. Comer y recordar. Odiar y recordar. Recordar el rencor y odiar la rememoración, actúan semejantes en el mismo estallido. Y a pesar del impecable orden natural que nos ofrece el universo, no recuerdo a Petro. Es mi compañero de facultad. Es con quien mejor me relaciono. Es muy inteligente y analítico. Es puntual y aplicado. Es incapaz de incurrir en una contravención. Es gratificante compartir con él. Es mi compañero, Petro Timoshenko, y no lo recuerdo al cabrón. No lo ubico en ningún recuerdo; a pesar de tenerlo en gran estima, no forma parte de mí.
          Mis otros compañeros coinciden en la observación de esta peculiaridad. Hemos tratado este misterio en reiteradas ocasiones y todos no-registramos recuerdo alguno donde exista Petro. Resulta, de haber compartido con nosotros, ocasión banal o extraordinaria, difícil desapercibir su particular presencia. Este es un sujeto alto, flaco pero de elegante esbeltez; de manos hábiles y dedos largos; su barba se une a la castaña cabellera sin mostrar prejuicio que la condicione o la aleje. Petro es prisionero de una suprema mirada que ni mil domadores podrían controlar. Es directo y conciso en cuanto a la emisión de sus pareceres; logra incomodar hasta al más portentoso caradura. No usa perfume y el aroma que destila su piel insinúa vodka. Es muy preciado por todos nosotros y nadie lo recuerda.
          Todas y cada una de las veces que hemos intentado esclarecer este confuso asunto, hemos desistido ante la fatiga; no sin antes considerar innumerables posibilidades y eliminar supuestos incoherentes y de carácter ilógico. Lo curioso de estos debates es su común denominador, la posibilidad no tolerable, la consideración que desata el caos y despierta las reminiscencias más incómodas: el testimonio de Petro.- Soy  una persona sin pasado. Llegado este punto, sin decir más, nos levantamos y nos marchamos. Punto final.
          Pero todo cambiará este martes 25 de abril del año 2011. Tengo una carta victoriosa que permitírame esclarecer este misterio. Decido enfrentar este desafío solo. Abandono a mis camaradas seducido por el enceguecedor resplandor de la gloria individual, priorizándolo, intuitivamente,  por sobre el satisfactorio logro grupal. Te espero, Petro,  con ansiedad, seguro que la verdad me acompaña y, agradecida por mi vocación, prométeme la luz que destruye la penumbra.
          -Poseo una fotografía dónde estás, Petro. La he encontrado entre las hojas de un libro sin tapa y que guardábalo junto a mis carpetas de primer año. La imagen no es buena pero, sin duda, este que está junto a esta extraña dama, ahí, en este rincón del cuadro, detrás de todos nosotros, ¡eres tú, cabrón! – Le digo con severa sentencia y así continúo: - Esa campera tuya es inconfundible. Esto es prueba de tu falso no-pasado. Estas en esta foto, por tal, tienes pasado como cualquier hijo de buen vecino; mas no te recuerdo. Este hecho pertúrbame.
          Su mirada infinitamente inocente no se inmuta. Con serenidad, apoya su mano sobre mi hombro e indúceme a caminar a su lado. Comienza así a aleccionarme acerca de mi inquietud. Reconoce que es difícil de entender y resulta poco común la particularidad que decora su personalidad. Él es muy amplio de pensamiento. Pasamos del polvo de los caminos de la Ciudad Universitaria a la angostura de las veredas de la ciudad y, con palabras francas, aquieta mi exasperación. Llegamos así a la plaza del Libertador San Martín y nos detenemos frente a un banco donde están sentados un viejo y un joven.
          -Las personas presentamos particularidades que nos diferencian de todas las demás. Podemos poseerlas por propio deseo o ser acreedores de ellas por designio divino; el cual es mi caso. Me resulta difícil y complicado vivir con ello. Estoy acostumbrado, pero no puedo decir lo mismo de los demás. Esto es así y no hay tu tía; soy un hombre que no tiene pasado. Se de otros como yo y de otros acontecimientos difíciles de asimilar. Resulta que el tiempo es mucho más dúctil de lo que el común general imagina. Mirad, sino. -y señálame a los dos caballeros, quienes, sentados en el banco de la plaza, están frente nuestro.
          Ellos interrumpen su conversación debido a nuestra inoportuna presencia. Así me presenta a Jorge Luis Borges viejo y a Jorge Luis Borges joven, quienes, después del atento saludo, coinciden y amplían la tesis desarrollada por mi compañero Petro. Descortés interrumpo: - Ya, ya, ya. Yo hube leído, hace un tiempo ya, “El otro”,  escrito por usted-(es), y no recuerdo habéis mencionado nuestra presencia en él. Desde una posición de existencia real planteo este lógico análisis, evitando así, ser burla fácil de usted-(es), irónicos pelafustanes.
          -Yo decido, en todos mis trabajos, omitir los detalles que no aportan excelencia a la estética perseguida. Es evidente, estimo, para inteligencia comparable a la vuestra, entender. – respóndeme soberbio el más viejo y sus palabras, en mi plaza, suenan como vacías excusas.
          -¿Desde dónde estás hablando, viejo?, ¡Por cada Jorge que logra el éxito, existen miles de descamisados que merecen morir ignorantes!, ¿Verdad? ¡Sos triste, viejo! Las luces de la civilización te encandilan y eres incapaz de sembrar un rayito de luz en la tierra nuestra (en realidad pienso que has sembrado una galaxia maravillosa, pero no lo menciono, soy muy orgulloso). Buenísimas tus construcciones literarias; malísimas tus elecciones. ¡Sos triste, cabrón!, ¡y vos también, pendejo!, acaso ¿debemos imitar sus europeas barbalizaciones? Y en cuanto a lo tuyo, Petro, ¿qué puedo decir? Puedo tolerar las olas, en las mansas costas de mi patria, producidas por el comunismo, el anarquismo y cuanta estructura social que persiga objetivos reales; nuestra sociedad, intentamos, sea real; pero la dialéctica de tu no-pasadismo  es absurda. No aporta. Que la toleren los tuyos, en Ucrania. Los italianos nos ofrecen su abundante y deliciosa comida; los africanos, el poder hipnótico de sus tambores; pero les doy de vuelto, a los ucranianos, tu no-pasadismo. - Sin decir más, y completamente abrumado, decido largarme del lugar y dar por finalizada la tensa conversación.
-Lamentable personaje. –dice Jorge.
-Verdaderamente. –responde Luis. –Me hablabas, antes de la desafortunada interrupción, acerca de…
-¡Y me cago en el diablo! Ya es la segunda vez que me sucede lo mismo. Vez pasada con Belicio y ahora con estos pelafustanes. No puedo evitar exasperarme ante estas situaciones pero, ¡es intolerable!, ¿cómo es eso de tratarme con semejante soberbia en mi propio relato?, ¿cómo es eso de no-pasado así como así? ¿Debemos, nosotros, permitir el envenenamiento de las buenas costumbres con estas misceláneas? No puedo permitirnos semejante inmadurez, pues, no lo tolero. Sobrios y virtuosos hemos definido, mis camaradas y yo, actuar en un campo de acción definido,  intentando así que cada paso dado esté encaminado hacia la victoria y la gloria. El esquema trazado resulta aceptable; y es con el cual convenceremos a los escépticos, animaremos a los aliados y venceremos a los enemigos. En este orden, lamentablemente, las medias tintas serán borradas con violencia y sin sutilezas. Ahora, iluminado, registro la repulsión que me ocasionas; mi lapicera vomita colérica tu nombre, Petro Timoshenko. Para que lo entiendas definitivamente, en este circo, soy yo el payaso que hace reír a los niños. La magia está en mis pelotas; de desearlo, te saco del relato arruinado por ti, y acabo contigo con un disparo de mi mente. –Créeme, lo deseo.
          -¿No lo ves?, lo has arruinado todo. El propósito era simple, pero maravilloso. Un relato de realismo mágico para el taller de literatura. Luciano, mi compañero, haciendo cuestionamientos existenciales en cada metamorfosis de tic a tac, revolucionando los relojes (los digitales también) y yo ni siquiera puedo controlar a mis personajes. Lo arruinaste, Petro; pero no importa, ¿cierto?, si ni logras entender la conjugación. Pero la culpa no es tuya; la culpa es mía. Yo lo empecé; yo lo termino. Esta mierda queda así, sin nada; sin final. Abandono mi pluma y me largo; te abandono, Petro. Punto final.