Prólogo.
Argentina, 25 de abril de 1976.
Argentina, 25 de abril de 1976.
Estimado lector:
Inevitablemente,
me considero responsable de la crisis experimentada por Diogo Acapello y no
pretendo dejar a este vomitivo relato, huérfano de sentido; por esto decido describir
las intolerantes reacciones, ofrecidas por el escritor al abandonar su obra.
Por
tal, cuento que: Diogo abandona su lapicera, se levanta y se dirige hacia la
puerta. Desde allí me insulta, gestualmente, tomando sus pelotas con las dos
manos. Luego, azota con furia la puerta al salir.
Casi de
inmediato vuelve a entrar a la habitación donde, las ventanas y persianas
cerradas, aislanme del mundo. Solo hay un escritorio, en el cual, me encuentro
desnudo y desesperanzado. Un cuaderno recibe compasivo mi tinta desesperada.
Diogo sostiene, con su mano derecha, un revolver cargado; me apunta.
-No es
personal, guaso. Pero en mi patria no hay tierra para que germine tu
naturaleza.-Y diciendo esto, me dispara. La
pluma me abandona, obligándome a dejar un cuaderno con muchas páginas sin
escribir. Recibo el disparo en mi mente y así muero. Hoy desaparezco sin dejar
recuerdos; ningún rastro de mi existencia. ¡Hasta siempre, maldito mundo
incomprensiblemente intolerante!
Petro
Timoshenko.
(El hombre sin
pasado)
Relato.
¡Recuerdo,
si señor! Viajo al pasado y vuelvo a sentir. Lo hago intencionalmente y en
otras ocasiones, son los recuerdos los que deciden ocuparme. Forman parte
integral de mi persona, como mis dedos, mis cabellos, mis palabras. Son un eslabón
más de mi infinito y están íntimamente ligados a mi ombligo, mis nauseas, mis
derrotas.
Recordar
corresponde a una capacidad innata del individuo corriente. Comer y recordar.
Odiar y recordar. Recordar el rencor y odiar la rememoración, actúan semejantes
en el mismo estallido. Y a pesar del impecable orden natural que nos ofrece el
universo, no recuerdo a Petro. Es mi compañero de facultad. Es con quien mejor
me relaciono. Es muy inteligente y analítico. Es puntual y aplicado. Es incapaz
de incurrir en una contravención. Es gratificante compartir con él. Es mi
compañero, Petro Timoshenko, y no lo recuerdo al cabrón. No lo ubico en ningún
recuerdo; a pesar de tenerlo en gran estima, no forma parte de mí.
Mis otros compañeros coinciden en la observación
de esta peculiaridad. Hemos tratado este misterio en reiteradas ocasiones y
todos no-registramos recuerdo alguno donde exista Petro. Resulta, de haber
compartido con nosotros, ocasión banal o extraordinaria, difícil desapercibir
su particular presencia. Este es un sujeto alto, flaco pero de elegante
esbeltez; de manos hábiles y dedos largos; su barba se une a la castaña
cabellera sin mostrar prejuicio que la condicione o la aleje. Petro es
prisionero de una suprema mirada que ni mil domadores podrían controlar. Es
directo y conciso en cuanto a la emisión de sus pareceres; logra incomodar
hasta al más portentoso caradura. No usa perfume y el aroma que destila su piel
insinúa vodka. Es muy preciado por todos nosotros y nadie lo recuerda.
Todas y
cada una de las veces que hemos intentado esclarecer este confuso asunto, hemos
desistido ante la fatiga; no sin antes considerar innumerables posibilidades y
eliminar supuestos incoherentes y de carácter ilógico. Lo curioso de estos debates
es su común denominador, la posibilidad no tolerable, la consideración que
desata el caos y despierta las reminiscencias más incómodas: el testimonio de
Petro.- Soy una persona sin pasado.
Llegado este punto, sin decir más, nos levantamos y nos marchamos. Punto final.
Pero
todo cambiará este martes 25 de abril del año 2011. Tengo una carta victoriosa
que permitírame esclarecer este misterio. Decido enfrentar este desafío solo.
Abandono a mis camaradas seducido por el enceguecedor resplandor de la gloria
individual, priorizándolo, intuitivamente, por sobre el satisfactorio logro grupal. Te espero,
Petro, con ansiedad, seguro que la
verdad me acompaña y, agradecida por mi vocación, prométeme la luz que destruye
la penumbra.
-Poseo una
fotografía dónde estás, Petro. La he encontrado entre las hojas de un libro sin
tapa y que guardábalo junto a mis carpetas de primer año. La imagen no es buena
pero, sin duda, este que está junto a esta extraña dama, ahí, en este rincón
del cuadro, detrás de todos nosotros, ¡eres tú, cabrón! – Le digo con severa
sentencia y así continúo: - Esa campera tuya es inconfundible. Esto es prueba
de tu falso no-pasado. Estas en esta foto, por tal, tienes pasado como
cualquier hijo de buen vecino; mas no te recuerdo. Este hecho pertúrbame.
Su
mirada infinitamente inocente no se inmuta. Con serenidad, apoya su mano sobre
mi hombro e indúceme a caminar a su lado. Comienza así a aleccionarme acerca de
mi inquietud. Reconoce que es difícil de entender y resulta poco común la
particularidad que decora su personalidad. Él es muy amplio de pensamiento.
Pasamos del polvo de los caminos de la Ciudad Universitaria a la angostura de
las veredas de la ciudad y, con palabras francas, aquieta mi exasperación.
Llegamos así a la plaza del Libertador San Martín y nos detenemos frente a un
banco donde están sentados un viejo y un joven.
-Las
personas presentamos particularidades que nos diferencian de todas las demás.
Podemos poseerlas por propio deseo o ser acreedores de ellas por designio
divino; el cual es mi caso. Me resulta difícil y complicado vivir con ello.
Estoy acostumbrado, pero no puedo decir lo mismo de los demás. Esto es así y no
hay tu tía; soy un hombre que no tiene pasado. Se de otros como yo y de otros
acontecimientos difíciles de asimilar. Resulta que el tiempo es mucho más
dúctil de lo que el común general imagina. Mirad, sino. -y señálame a los dos
caballeros, quienes, sentados en el banco de la plaza, están frente nuestro.
Ellos interrumpen su conversación debido a
nuestra inoportuna presencia. Así me presenta a Jorge Luis Borges viejo y a
Jorge Luis Borges joven, quienes, después del atento saludo, coinciden y amplían
la tesis desarrollada por mi compañero Petro. Descortés interrumpo: - Ya, ya,
ya. Yo hube leído, hace un tiempo ya, “El otro”, escrito por usted-(es), y no recuerdo habéis
mencionado nuestra presencia en él. Desde una posición de existencia real planteo
este lógico análisis, evitando así, ser burla fácil de usted-(es), irónicos
pelafustanes.
-Yo
decido, en todos mis trabajos, omitir los detalles que no aportan excelencia a
la estética perseguida. Es evidente, estimo, para inteligencia comparable a la
vuestra, entender. – respóndeme soberbio el más viejo y sus palabras, en mi
plaza, suenan como vacías excusas.
-¿Desde dónde estás hablando, viejo?, ¡Por
cada Jorge que logra el éxito, existen miles de descamisados que merecen morir
ignorantes!, ¿Verdad? ¡Sos triste, viejo! Las luces de la civilización te
encandilan y eres incapaz de sembrar un rayito de luz en la tierra nuestra (en
realidad pienso que has sembrado una galaxia maravillosa, pero no lo menciono,
soy muy orgulloso). Buenísimas tus construcciones literarias; malísimas tus
elecciones. ¡Sos triste, cabrón!, ¡y vos también, pendejo!, acaso ¿debemos
imitar sus europeas barbalizaciones? Y en cuanto a lo tuyo, Petro, ¿qué puedo
decir? Puedo tolerar las olas, en las mansas costas de mi patria, producidas
por el comunismo, el anarquismo y cuanta estructura social que persiga
objetivos reales; nuestra sociedad, intentamos, sea real; pero la dialéctica de
tu no-pasadismo es absurda. No aporta.
Que la toleren los tuyos, en Ucrania. Los italianos nos ofrecen su abundante y
deliciosa comida; los africanos, el poder hipnótico de sus tambores; pero les
doy de vuelto, a los ucranianos, tu no-pasadismo. - Sin decir más, y
completamente abrumado, decido largarme del lugar y dar por finalizada la tensa
conversación.
-Lamentable personaje. –dice
Jorge.
-Verdaderamente. –responde Luis.
–Me hablabas, antes de la desafortunada interrupción, acerca de…
-¡Y me cago en el diablo! Ya es
la segunda vez que me sucede lo mismo. Vez pasada con Belicio y ahora con estos
pelafustanes. No puedo evitar exasperarme ante estas situaciones pero, ¡es
intolerable!, ¿cómo es eso de tratarme con semejante soberbia en mi propio
relato?, ¿cómo es eso de no-pasado así como así? ¿Debemos, nosotros, permitir el
envenenamiento de las buenas costumbres con estas misceláneas? No puedo
permitirnos semejante inmadurez, pues, no lo tolero. Sobrios y virtuosos hemos definido,
mis camaradas y yo, actuar en un campo de acción definido, intentando así que cada paso dado esté
encaminado hacia la victoria y la gloria. El esquema trazado resulta aceptable;
y es con el cual convenceremos a los escépticos, animaremos a los aliados y
venceremos a los enemigos. En este orden, lamentablemente, las medias tintas
serán borradas con violencia y sin sutilezas. Ahora, iluminado, registro la
repulsión que me ocasionas; mi lapicera vomita colérica tu nombre, Petro
Timoshenko. Para que lo entiendas definitivamente, en este circo, soy yo el
payaso que hace reír a los niños. La magia está en mis pelotas; de desearlo, te
saco del relato arruinado por ti, y acabo contigo con un disparo de mi mente.
–Créeme, lo deseo.
-¿No lo ves?, lo has arruinado
todo. El propósito era simple, pero maravilloso. Un relato de realismo mágico
para el taller de literatura. Luciano, mi compañero, haciendo cuestionamientos
existenciales en cada metamorfosis de tic a tac, revolucionando los relojes
(los digitales también) y yo ni siquiera puedo controlar a mis personajes. Lo
arruinaste, Petro; pero no importa, ¿cierto?, si ni logras entender la
conjugación. Pero la culpa no es tuya; la culpa es mía. Yo lo empecé; yo lo
termino. Esta mierda queda así, sin nada; sin final. Abandono mi pluma y me
largo; te abandono, Petro. Punto final.