domingo, 23 de octubre de 2011

¿Soy una mujer?


Un sábado de agosto.
                Que sábado de mierda. No he salido en todo el día de casa y no he hecho otra cosa más que fregar. El único contacto con el afuera del hogar fue esa conversación telefónica con mi prima. Ella está con su familia no sé en qué lugar de las sierras; me alegré por ella cuando platicábamos. Mi niño duerme ahora y yo permanezco en silencio mientras mi-marido devora la comida que he preparado y no tengo idea a como sabe. Me muero por otro cigarro. Mi-marido come con los ojos cerrados y creo se ha olvidado de mí. Ha terminado y parece se ha dormido. Qué sábado de mierda. Estoy aburrida, son las once de la noche y el borracho está cansado. Los sábados de fútbol con los amigos le agotan. Me he puesto bella para él, le he esperado toda la tarde y él tiene los ojos cerrados.
                Una vez más lavo los platos. La bacha, el agua fría y el detergente. Espuma. Mis manos arrugadas. No pestañeo, no pienso, no lloro. Siento su mano tocando mi culo. Mi tanga se refugia en mi raya. Luego su pija erecta se friega sobre mi femenina humanidad y mis pezones se erectan también. Sus besos me excitan y me saturan de calor. Mis pantalones están abandonados sobre mis tobillos y un dedo suyo se mete en mi vagina. Me mojo, cierro los ojos y con la mano izquierda cierro la cañilla. Toda mi tanga esta empapada de mí. Libero una pierna de mi jean. Flexiono mis piernas tan solo un poco y las separo. Mis manos apoyadas sobre la mesada y vigilo que mi niño no aparezca. Me avergonzaría muchísimo. Él corre mi bombacha con su mano y me penetra. Está duro; muy duro. Con la otra mano exprime mis senos por encima de mi remera nueva. Me gustaría que me la saque. Bha, no importa; nunca lo hace. Entra y sale. Me derrito; me gustaría estar en la habitación de un hotel, con espejos enormes y mirarme cuan perra soy. Besar mis pezones y mirarme mientras me cojo a mi hombre. Él solo entra y sale. Yo aprieto su pija con mi vagina y él, con furia, entra y sale.
                Se aleja y arranca mi bombacha. La destruye por completo. Hubiera preferido que no lo haga; era nueva, y de las caras. Me gustaba esa bombacha. Con la mano derecha, toma con fuerza su pija y frota su cabeza por mi ano. No quiero hacerlo de esa manera. La otra mano está apoyada sobre mi espalda.
                No me voy a desesperar. No va a ser la primera vez que me libero de esta situación. Sexy, lo sé; ¡hermosa soy! Meneo mis caderas y tomo su dura pija con mi pequeña mano. Con mi otra mano separo mi nalga y soy yo quien froto la cabeza de su hombría sobre mi ano. Él mira mientras acaricia sus tetillas. Muerde su labio inferior y una densa peregrinación de baba se escapa de su boca. ¡Es el momento justo! Me doy vuelta y me arrodillo, quedando mi cara a la altura de su dura pija. Él se apoya sobre el mueble donde guardo las ollas y todos mis accesorios de cocina. Mis dos manos aprietan fuerte y mi boca introduce su sexo hasta el fondo. Puro pene y yo me esfuerzo por no lastimarlo con mis dientes. Se satura mi garganta y con una arcada intento zafar. Él me niega ese derecho tomándome por la nuca. Entra y sale; mil veces lo hace. Estoy por desmayarme y mis ojos por estallar. Antes de eso estalla su simiente; una poco dentro de mi boca y otra sobre mis senos; sobre mi remera nueva. Hubiera preferido que no lo haga.
                Él levanta sus pantalones y acaricia mis mejillas. Me abandona sin decir nada y se dirige al baño. Creo, esta noche, va a salir. Se baña. Cuando sale yo entro. La toalla esta tirada sobre el piso mojado. Me baño. Cuando salgo él ya se ha ido. Es rico el aroma de su perfume. Apago todas las luces y cierro todas las puertas con llave. Estoy agotada. Mi niño duerme. Me acuesto en la inmensa cama de dos plazas. Me hubiera gustado tener un orgasmo. Estoy re caliente. Bajo las sábanas acaricio mi caliente entrepierna. Mis manos saben cómo acariciar mi calor. Con mi dedo recorro el camino que su pija ha transitado. Llego al éxtasis y cuido que mi niño no se despierte ¡Qué sábado de mierda! Bha, no importa, ya estoy dormida.

Un domingo de agosto.
                La luz de la cocina dilata mis pupilas, apuñalando mis caminos, agota mis valentías y decisiones. Un parpadeo y mis lóbulos oculares se inyectan de sangre. Arena serrana en mis corneas ofreciendo dolor y yo estrujo el trapo. El agua regresa al balde y la lavandina se evapora invadiendo, no solo mis ojos, sino también mis narices. Ya estoy acostumbrada. Mis manos arrugadas y pálidas no se quejan. Yo tampoco. Limpio los pisos con un palo y el trapo vá y viene; incesante. Va mi vida, viene mi desesperación; va mi calma, viene….
                Viene mi marido acompañado por la delincuente luz de la noche y la comida le espera humeando aromas de hogar. Él no huele, no percibe el reclamo de hogar; los niños duermen y yo no existo; los sólidos que, masticados, caen al alcohol del estómago son los privilegiados que se hacen escuchar. Restos de comida quedan en la grasa de sus labios mientras, con placer, cierra sus ojos. No los abre. Yo no existo. Estoy cansada. Todavía no me he bañado. La casa esta impecable, huele bien; él y yo apestamos. Amor me voy a bañar, ¿te sirvo más vino? Mhhh…. Y eso me dice que sí. Mientras el rojo licor cae como sagrada cascada sobre el enorme baso, descarrilo y osada me expongo estúpidamente;  mañana tenés que trabajar, estás borracho. Y es, definitivamente, un mal movimiento.
                El tenedor gira en el espacio alejándose del plato, la mesa se ensucia con comida y veo el mantel recién lavado manchado con mierda mientras cinco estrellas brillan de repente. Mierda y sangre sobre el mantel. Doy tres pasos hacia atrás y él se levanta. Cierra sus puños mientras intento no caer al piso. No es bueno caer al piso; eso lo sé por experiencia. Cubro mi cara con mis dos manos y su puño cerrado impacta feroz en mi oreja. Estalla mi oído y escucho un acople de recital, pero con sangre. Es un recital infernal, y acaba de comenzar. Un acople. Un acople en el escenario…
Me abandono y él, de los pelos, me reincorpora. Golpea mi garganta y mi pecho con su dura mano. Mis brazos están caídos, mis manos abiertas. Mi niño duerme, eso espero. Caigo desplomándome sobre mi sombra y mi esposo se queda con un puñado de mis cabellos. Antes de posar mi cara sobre el desinfectado piso doy una bocanada de aire, debo resistir. No debo sucumbir.
Inhalo y exhalo. Escupo sangre y apoyo mis manos en el piso. Intento levantarme. No sé donde esta él. Inhalo y exhalo. Estoy en cuatro patas como un perro mugriento. Rasco mi piel contaminada de sarna. Estoy pelada. No soy nada. Espero se haya ido a bañar. Olía muy mal y las sábanas están limpias. Las lave con vívere. Huelen bien. Mi niño duerme, eso espero.
Como un bólido infernal impacta una zapatilla Nike en mi cara, la sangre estalla y una ventana ilumina mi cielo cual cometa mientras pierdo la conciencia. Ya no me duele, todo es negro y la sangre deja de ser roja. Me ahogo con ella. Siento su sabor mas no veo su color. Espero se canse pronto. Creo que todavía está golpeándome. Mi niño ya no duerme, está llorando, callado,  en su cama. También sus sábanas están limpias y huelen a Vívere. Él  es un niño bueno y sus sábanas huelen a Vívere. Se apagan las luces. Mañana le llevaré el desayuno a la cama a mi niño y  lo dejaré dormir hasta tarde; así limpiaré todo. Ahora no, estoy muy cansada.

Un miércoles de agosto.

Se han agotado todas las provisiones.  La alacena y la heladera, ambas, vacías. Contaba con que me duren, por lo menos, hasta el viernes. Hice grandes esfuerzos para estirar las reservas, pero he fracasado. Soy un inútil. Quedan solo estantes vacios. Es mi responsabilidad y he fallado. Le he fallado a mi niño. Él es tan tranquilo y bueno; y yo le he fallado.
Soy inútil, pero ingeniosa. Soy una mujer ingeniosa. No lloro. Me visto y cubro mi cara. Son las siete de la mañana y uso gafas oscuras y un pañuelo que cubre casi toda mi cara. Levanto a mi niño y lo preparo. Pantalones grises, camisa blanca, zapatos lustrados y una chamarra azul marino. Lo llevo donde su compañerito. Su madre los llevara luego al colegio. Yo debo ir al Mercado Norte.  Debo comprar todo. Carne, verduras, papel higiénico, fideos, arroz, picadillo y un salame. A mi marido le pone de buen humor comer salame. Queso! No debo olvidarme del queso.
Me esfuerzo y no me doy cuenta de mi desorientación. Siento que no existe norte en mi travesía y no tengo fuerzas en mis brazos más que para cargar las bolsas. Son muchas y eso no importa. Son las once de la mañana y estoy entrando a casa. Ningún vecino me ha visto. Ya está. El pañuelo cubre mi cara pero no engaña a nadie. Me encierro en mi… hogar. El sol calienta tímidamente y el viento arrastra polvo. La miseria hecha polvo envuelve mi ciudad y me cubro en mi…hogar. Ordeno y lleno la alacena y la heladera. Mis heridas duelen y se expanden. Morado casi negro. Laten mis heridas y yo me esfuerzo. Soy una inútil.
A pesar de la oscuridad del sol me siento afortunada. Mi niño es muy bueno y me facilita las cosas. Estoy tranquila porque él está bien. Es callado y no le va tan mal en el colegio. No se integra dice la maestra y se debe a su timidez. Él es tímido y yo inútil. Cada ser humano presenta características que lo diferencian de los demás. Unas lágrimas se escapan de mis ojos cerrados; debe ser por las cebollas que pelaré cuando prepare la cena. Mis heridas laten y duelen.  Yo no lloro. Soy pequeña y no sirvo para nada. Voy a prender un cigarro. Me muero por una bocanada de humo.

Un viernes de agosto.

Ya no sangro al orinar. Me siento no tan mal. No he podido dormir bien; he orinado, creo, siete veces desde que nos acostamos. Orino y tomo agua. Tengo sed. Me fumaría un cigarro, pero no. No da. Voy a esperar a por la partida de mi marido; creo que tengo uno escondido en uno de los cajones del ropero. Es un Parliament, eso creo; eso espero. Donde falta cabello y sobra sangre seca, duele. Mi cabeza duele. A decir verdad no es dolor, simplemente late al igual que las demás heridas; y al igual que las abiertas, arde.
Mi cuerpo está partido y mi corazón confundido. Son las siete menos cuarto y el sol no asoma todavía sus brazos de entre los techos bajos de la barriada. Ni el más fino rayo de luz. Si bien el cielo no es negro, los recién levantados no ven más allá de sus narices. En breve sonará el despertador y yo prepararé el desayuno para mi marido. Antes de irse necesito me abrace y me repita: -Te amo, princesa- me dé un beso y: -Hasta la noche mi amor.
Le creo cuando me dice me ama. Soy una mujer, él mi hombre. Anoche lloró y me pidió perdón. En sus lágrimas habló su corazón arrepentido. Le temblaba la voz y se arrugaba su pera mientras asía con fuerza mis manos. Lloré junto a él y le abracé con pasión.
Froté mi mano por su espalda y mojó mi camisón con sus lágrimas. Su corazón es sensible mas no domina la violencia de su carne. Una vela prendida a todos mis santos, para limpiarlo de su sufrimiento, ya no ilumina; qué raro. Una ofrenda a mis santos para lograr su felicidad. La de mi niño también. Duerme mi niño; duerme mi hombre como un niño. Me levanto a orinar. La noche fue negra y no he soñado; he pensado con el corazón mareado.
Me dijo no lo volverá a hacer; las cosas serán diferentes a partir de ahora. Le creí; le creo. Suena el despertador y ya estoy en la cocina. Le llevo el desayuno a la cama y él está esperándome acostado bajo las sábanas. Ya fue al baño e hizo pis. La mochila del inodoro quedó perdiendo agua. Dejo la bandeja sobre la mesa de luz. Él toma mi mano y amablemente me invita me siente a su lado. – Hoy voy a ir un poco más tarde al trabajo, princesa- me dice en tono seductor y despidiendo de su boca un aliento terrible. Su mano se filtra por mis piernas hasta mi monte de Venus. Su pija está dura, muy dura.
-Ahora no lo prefiero, mi amor, -le respondo sinceramente mientras le doy un beso en sus labios, soportando su potente aliento de puma.
-Sabes que no me gusta me digan que no, ¿verdad?
-Si mi amor. Lo sé. –respondo. Después que me coja voy a fumar un cigarro. Mi niño duerme. Soy una mujer, ¿verdad gitana?