Un sábado de agosto.
Que
sábado de mierda. No he salido en todo el día de casa y no he hecho otra cosa
más que fregar. El único contacto con el afuera del hogar fue esa conversación
telefónica con mi prima. Ella está con su familia no sé en qué lugar de las
sierras; me alegré por ella cuando platicábamos. Mi niño duerme ahora y yo
permanezco en silencio mientras mi-marido devora la comida que he preparado y
no tengo idea a como sabe. Me muero por otro cigarro. Mi-marido come con los
ojos cerrados y creo se ha olvidado de mí. Ha terminado y parece se ha dormido.
Qué sábado de mierda. Estoy aburrida, son las once de la noche y el borracho
está cansado. Los sábados de fútbol con los amigos le agotan. Me he puesto
bella para él, le he esperado toda la tarde y él tiene los ojos cerrados.
Una
vez más lavo los platos. La bacha, el agua fría y el detergente. Espuma. Mis
manos arrugadas. No pestañeo, no pienso, no lloro. Siento su mano tocando mi
culo. Mi tanga se refugia en mi raya. Luego su pija erecta se friega sobre mi
femenina humanidad y mis pezones se erectan también. Sus besos me excitan y me
saturan de calor. Mis pantalones están abandonados sobre mis tobillos y un dedo
suyo se mete en mi vagina. Me mojo, cierro los ojos y con la mano izquierda
cierro la cañilla. Toda mi tanga esta empapada de mí. Libero una pierna de mi
jean. Flexiono mis piernas tan solo un poco y las separo. Mis manos apoyadas
sobre la mesada y vigilo que mi niño no aparezca. Me avergonzaría muchísimo. Él
corre mi bombacha con su mano y me penetra. Está duro; muy duro. Con la otra
mano exprime mis senos por encima de mi remera nueva. Me gustaría que me la
saque. Bha, no importa; nunca lo hace. Entra y sale. Me derrito; me gustaría
estar en la habitación de un hotel, con espejos enormes y mirarme cuan perra
soy. Besar mis pezones y mirarme mientras me cojo a mi hombre. Él solo entra y
sale. Yo aprieto su pija con mi vagina y él, con furia, entra y sale.
Se
aleja y arranca mi bombacha. La destruye por completo. Hubiera preferido que no
lo haga; era nueva, y de las caras. Me gustaba esa bombacha. Con la mano
derecha, toma con fuerza su pija y frota su cabeza por mi ano. No quiero
hacerlo de esa manera. La otra mano está apoyada sobre mi espalda.
No
me voy a desesperar. No va a ser la primera vez que me libero de esta
situación. Sexy, lo sé; ¡hermosa soy! Meneo mis caderas y tomo su dura pija con
mi pequeña mano. Con mi otra mano separo mi nalga y soy yo quien froto la
cabeza de su hombría sobre mi ano. Él mira mientras acaricia sus tetillas.
Muerde su labio inferior y una densa peregrinación de baba se escapa de su
boca. ¡Es el momento justo! Me doy vuelta y me arrodillo, quedando mi cara a la
altura de su dura pija. Él se apoya sobre el mueble donde guardo las ollas y
todos mis accesorios de cocina. Mis dos manos aprietan fuerte y mi boca
introduce su sexo hasta el fondo. Puro pene y yo me esfuerzo por no lastimarlo
con mis dientes. Se satura mi garganta y con una arcada intento zafar. Él me
niega ese derecho tomándome por la nuca. Entra y sale; mil veces lo hace. Estoy
por desmayarme y mis ojos por estallar. Antes de eso estalla su simiente; una
poco dentro de mi boca y otra sobre mis senos; sobre mi remera nueva. Hubiera
preferido que no lo haga.
Él
levanta sus pantalones y acaricia mis mejillas. Me abandona sin decir nada y se
dirige al baño. Creo, esta noche, va a salir. Se baña. Cuando sale yo entro. La
toalla esta tirada sobre el piso mojado. Me baño. Cuando salgo él ya se ha ido.
Es rico el aroma de su perfume. Apago todas las luces y cierro todas las
puertas con llave. Estoy agotada. Mi niño duerme. Me acuesto en la inmensa cama
de dos plazas. Me hubiera gustado tener un orgasmo. Estoy re caliente. Bajo las
sábanas acaricio mi caliente entrepierna. Mis manos saben cómo acariciar mi
calor. Con mi dedo recorro el camino que su pija ha transitado. Llego al
éxtasis y cuido que mi niño no se despierte ¡Qué sábado de mierda! Bha, no
importa, ya estoy dormida.
Un domingo de agosto.
La
luz de la cocina dilata mis pupilas, apuñalando mis caminos, agota mis
valentías y decisiones. Un parpadeo y mis lóbulos oculares se inyectan de
sangre. Arena serrana en mis corneas ofreciendo dolor y yo estrujo el trapo. El
agua regresa al balde y la lavandina se evapora invadiendo, no solo mis ojos,
sino también mis narices. Ya estoy acostumbrada. Mis manos arrugadas y pálidas
no se quejan. Yo tampoco. Limpio los pisos con un palo y el trapo vá y viene;
incesante. Va mi vida, viene mi desesperación; va mi calma, viene….
Viene
mi marido acompañado por la delincuente luz de la noche y la comida le espera
humeando aromas de hogar. Él no huele, no percibe el reclamo de hogar; los
niños duermen y yo no existo; los sólidos que, masticados, caen al alcohol del
estómago son los privilegiados que se hacen escuchar. Restos de comida quedan
en la grasa de sus labios mientras, con placer, cierra sus ojos. No los abre.
Yo no existo. Estoy cansada. Todavía no me he bañado. La casa esta impecable,
huele bien; él y yo apestamos. Amor me voy a bañar, ¿te sirvo más vino? Mhhh….
Y eso me dice que sí. Mientras el rojo licor cae como sagrada cascada sobre el
enorme baso, descarrilo y osada me expongo estúpidamente; mañana tenés que trabajar, estás borracho. Y
es, definitivamente, un mal movimiento.
El
tenedor gira en el espacio alejándose del plato, la mesa se ensucia con comida
y veo el mantel recién lavado manchado con mierda mientras cinco estrellas
brillan de repente. Mierda y sangre sobre el mantel. Doy tres pasos hacia atrás
y él se levanta. Cierra sus puños mientras intento no caer al piso. No es bueno
caer al piso; eso lo sé por experiencia. Cubro mi cara con mis dos manos y su
puño cerrado impacta feroz en mi oreja. Estalla mi oído y escucho un acople de
recital, pero con sangre. Es un recital infernal, y acaba de comenzar. Un
acople. Un acople en el escenario…
Me abandono y él, de los pelos, me reincorpora.
Golpea mi garganta y mi pecho con su dura mano. Mis brazos están caídos, mis
manos abiertas. Mi niño duerme, eso espero. Caigo desplomándome sobre mi sombra
y mi esposo se queda con un puñado de mis cabellos. Antes de posar mi cara
sobre el desinfectado piso doy una bocanada de aire, debo resistir. No debo
sucumbir.
Inhalo y exhalo. Escupo sangre y apoyo mis manos en
el piso. Intento levantarme. No sé donde esta él. Inhalo y exhalo. Estoy en
cuatro patas como un perro mugriento. Rasco mi piel contaminada de sarna. Estoy
pelada. No soy nada. Espero se haya ido a bañar. Olía muy mal y las sábanas
están limpias. Las lave con vívere. Huelen bien. Mi niño duerme, eso espero.
Como un bólido infernal impacta una zapatilla Nike
en mi cara, la sangre estalla y una ventana ilumina mi cielo cual cometa
mientras pierdo la conciencia. Ya no me duele, todo es negro y la sangre deja
de ser roja. Me ahogo con ella. Siento su sabor mas no veo su color. Espero se
canse pronto. Creo que todavía está golpeándome. Mi niño ya no duerme, está
llorando, callado, en su cama. También
sus sábanas están limpias y huelen a Vívere. Él
es un niño bueno y sus sábanas huelen a Vívere. Se apagan las luces.
Mañana le llevaré el desayuno a la cama a mi niño y lo dejaré dormir hasta tarde; así limpiaré
todo. Ahora no, estoy muy cansada.
Un miércoles de agosto.
Se han agotado todas las provisiones. La alacena y la heladera, ambas, vacías.
Contaba con que me duren, por lo menos, hasta el viernes. Hice grandes
esfuerzos para estirar las reservas, pero he fracasado. Soy un inútil. Quedan
solo estantes vacios. Es mi responsabilidad y he fallado. Le he fallado a mi
niño. Él es tan tranquilo y bueno; y yo le he fallado.
Soy inútil, pero ingeniosa. Soy una mujer
ingeniosa. No lloro. Me visto y cubro mi cara. Son las siete de la mañana y uso
gafas oscuras y un pañuelo que cubre casi toda mi cara. Levanto a mi niño y lo
preparo. Pantalones grises, camisa blanca, zapatos lustrados y una chamarra
azul marino. Lo llevo donde su compañerito. Su madre los llevara luego al
colegio. Yo debo ir al Mercado Norte. Debo comprar todo. Carne, verduras, papel
higiénico, fideos, arroz, picadillo y un salame. A mi marido le pone de buen
humor comer salame. Queso! No debo olvidarme del queso.
Me esfuerzo y no me doy cuenta de mi
desorientación. Siento que no existe norte en mi travesía y no tengo fuerzas en
mis brazos más que para cargar las bolsas. Son muchas y eso no importa. Son las
once de la mañana y estoy entrando a casa. Ningún vecino me ha visto. Ya está.
El pañuelo cubre mi cara pero no engaña a nadie. Me encierro en mi… hogar. El
sol calienta tímidamente y el viento arrastra polvo. La miseria hecha polvo
envuelve mi ciudad y me cubro en mi…hogar. Ordeno y lleno la alacena y la
heladera. Mis heridas duelen y se expanden. Morado casi negro. Laten mis
heridas y yo me esfuerzo. Soy una inútil.
A pesar de la oscuridad del sol me siento
afortunada. Mi niño es muy bueno y me facilita las cosas. Estoy tranquila
porque él está bien. Es callado y no le va tan mal en el colegio. No se integra
dice la maestra y se debe a su timidez. Él es tímido y yo inútil. Cada ser
humano presenta características que lo diferencian de los demás. Unas lágrimas
se escapan de mis ojos cerrados; debe ser por las cebollas que pelaré cuando
prepare la cena. Mis heridas laten y duelen.
Yo no lloro. Soy pequeña y no sirvo para nada. Voy a prender un cigarro.
Me muero por una bocanada de humo.
Un viernes de agosto.
Ya no sangro al orinar. Me siento no tan mal. No he
podido dormir bien; he orinado, creo, siete veces desde que nos acostamos. Orino
y tomo agua. Tengo sed. Me fumaría un cigarro, pero no. No da. Voy a esperar a
por la partida de mi marido; creo que tengo uno escondido en uno de los cajones
del ropero. Es un Parliament, eso creo; eso espero. Donde falta cabello y sobra
sangre seca, duele. Mi cabeza duele. A decir verdad no es dolor, simplemente
late al igual que las demás heridas; y al igual que las abiertas, arde.
Mi cuerpo está partido y mi corazón confundido. Son
las siete menos cuarto y el sol no asoma todavía sus brazos de entre los techos
bajos de la barriada. Ni el más fino rayo de luz. Si bien el cielo no es negro,
los recién levantados no ven más allá de sus narices. En breve sonará el
despertador y yo prepararé el desayuno para mi marido. Antes de irse necesito
me abrace y me repita: -Te amo, princesa- me dé un beso y: -Hasta la noche mi
amor.
Le creo cuando me dice me ama. Soy una mujer, él mi
hombre. Anoche lloró y me pidió perdón. En sus lágrimas habló su corazón
arrepentido. Le temblaba la voz y se arrugaba su pera mientras asía con fuerza
mis manos. Lloré junto a él y le abracé con pasión.
Froté mi mano por su espalda y mojó mi camisón con
sus lágrimas. Su corazón es sensible mas no domina la violencia de su carne. Una
vela prendida a todos mis santos, para limpiarlo de su sufrimiento, ya no
ilumina; qué raro. Una ofrenda a mis santos para lograr su felicidad. La de mi
niño también. Duerme mi niño; duerme mi hombre como un niño. Me levanto a
orinar. La noche fue negra y no he soñado; he pensado con el corazón mareado.
Me dijo no lo volverá a hacer; las cosas serán diferentes
a partir de ahora. Le creí; le creo. Suena el despertador y ya estoy en la
cocina. Le llevo el desayuno a la cama y él está esperándome acostado bajo las
sábanas. Ya fue al baño e hizo pis. La mochila del inodoro quedó perdiendo
agua. Dejo la bandeja sobre la mesa de luz. Él toma mi mano y amablemente me
invita me siente a su lado. – Hoy voy a ir un poco más tarde al trabajo, princesa-
me dice en tono seductor y despidiendo de su boca un aliento terrible. Su mano
se filtra por mis piernas hasta mi monte de Venus. Su pija está dura, muy dura.
-Ahora no lo prefiero, mi amor, -le respondo sinceramente
mientras le doy un beso en sus labios, soportando su potente aliento de puma.
-Sabes que no me gusta me digan que no, ¿verdad?
-Si mi amor. Lo sé. –respondo. Después que me coja
voy a fumar un cigarro. Mi niño duerme. Soy una mujer, ¿verdad gitana?