martes, 8 de noviembre de 2011

Cuadro.


          Nuevamente borracho, caminando por las pintorescas calles de mi plano universo. En rigor, todo yo, las casas, el aire, el follaje de los árboles y las balizas de los patrulleros, son del mismo aceitoso pigmento. Los matices y los juegos lumínicos son los que definen los contornos y las interiores naturalezas. Esa piedra, al igual que yo, muerta sobre el lienzo, no respira; un momento, yo no estoy muerto, yo respiro. ¡Estoy vivo!, estoy borracho.
          Me tambaleo y rozo mi hombro sobre las paredes de las casas, sobre los postes, sobre las estrellas. Ofendo, consiente, al artista creador, quien se esfuerza por comprender mi conducta. Yo vomito Látex y un poquito de Fortex; siempre doy la nota que tonifica la vergüenza.
          El plano universo de este cuadro se ofrece multidimensional. Es decir, se le agrega al plano la fantasía –como dimensión, ¿me explico?-, la decisión, la ilusión, la involución y unas cuantas cosillas más. No se requiere definirlas a todas para poder disfrutarlas o ahogarse en ellas. La ilusión óptica de mi razón no es más que un conflicto existencial del artista.
          Miro hacia atrás y a mi paso voy manchando y arruinando el propósito genial de una obra exquisita. Mis pasos no hacen más que arruinar mi futuro. Desvarío y aturdido descarrilo. Me expongo insensatamente y camino por el marco del cuadro. Es excitante, pero vacio. En el marco no puede olerse la pintura. Inevitablemente, en un descuido, tropiezo y me caigo de mi cuadro
          A tempranas horas de la mañana entraron a la galería de arte los uniformados con las armas en sus manos. Los dueños de la galería aguardaron en la vereda. Al entrar se encontraron con un masculino, de unos treinta años de edad, totalmente ebrio. El malviviente se encontraba envuelto en  sus propios vómitos y eses y manchado con los colores de los oleos del cuadro que arruinó durante su incansable noche.
          El masculino fue trasladado a la dependencia policial más cercana. Allí, fue puesto a resguardo. Al insistir, incansablemente, con absurdas incoherencias actuó de oficio el fiscal y lo derivó al Neuropsiquiatrico.
          La pérdida sufrida por la galería de arte fue de importancia; un hecho lamentable. Por otra parte, aún hoy, el masculino insiste con los mismos delirios. Según los profesionales del nosocomio responsables de su cuidado, suplica le permitan regresar a su cuadro. Asegura, dicen, vivir sin sus alas resulta eternamente doloroso.

Noche fresca.


Un vecino insomnio escucha
Sentado, de piernas cruzadas,
Sobre el techo, bajo, de su casa
Los temblores nocturnos de su vecina.

Casi a tres cuadras de lejanía
Un camión de “Crece” gira y gira
Y el ronco escape de un Rocha
Acelera a un bólido que, ni cerca tiene,
Chapa de campeón; ¡sino de fanfarrón!

Una mina maltrata a un sujeto;
Se abusa de él.
Nadie sabe de esta situación.
El pibe se la traga, a la bronca,
Y ofrece una tregua:
-¡yo soy el amor de tu vida; trátame bien, cajetuda !

Los perros ladran; seguro,
Un errático está gastando sus suelas
En las calles de barrio Suarez.

Restan pocos minutos
Para que este delincuente estallido
Cese de agraviar al aceptado
E hipócrita plástico bienestar.
Seguro terminaré, irónico, pidiendo disculpas.

Cerca, bajo el techo de un vecino cualquiera,
En un hogar felizmente constituido
Un cáncer reclama, urgente, por una biopsia;
Y junto a los desechos de la calle
Un perro (mi perro) se alimenta
De los desechos incategóricos
De los pobres de clase media.

Los gruñidos de las Gárgolas
Se apagan
Cuando los despertadores se activan.
Los caravaneros regresan cuando
Los Valientes sacuden sus capas.
Parece injusto; mas solo es una más.
¡No os confundáis! Es una noche fresca.

Las mentes arden
Por diversos fuegos.
Mañana sufriré estas letras,
Cuando el ácido de mi estómago consuma, despiadado,
La luz de mi mente.

lunes, 31 de octubre de 2011

Tristeza.


Arruinado, vacio; era un cuadro muy triste. No lo toleré y me marché.
                                                                                          Padre Dino Plagio.  

Alas.


Al tercer día despertó entre la mugre y envuelto en ajenos harapos. Miró por sobre su hombro y no las vio.
                                                                                                                                        
                                                                                                 Padre Dino Plagio.

Leyenda de los vientos de Lídimel.


                En un invierno no tan cálido como éste, ocurrió. Los testigos son apócrifos y los supersticiosos se multiplican de acuerdo el tiempo germina el poder de ciertos acontecimientos que pueden no ser considerados naturales. En esta ciudad, donde viborea un arrollo custodiado por piedras, cemento y Fortex, es donde Lídimo, el verdulero de barrio Suarez, retorna a su casa, un jueves a la madrugada. Satisfecho, en su carro ostentoso, retorna a la cama que comparte con la madre de su hijo. Su mano firme disfruta de la fría textura del cuero de su volante mientras el oro de su muñeca brilla contundente, custodiado por el éxito que puede respirarse en el ambiente.
                Este verdulero, agraciado por la fortuna, dueño de un paraíso de estrategias y moderados modismos, es popular en el barrio donde reside; sin ser amado, disfruta de un respeto, ganado por la buenaventura que ostenta, que le ofrecen los vecinos. Ciertas mujeres ofrecen su femenino sexo intentando, como parásitos, refugiarse bajo su armadura; pero solo una mujer es madre de su único hijo varón. Con cualquier otra se permite disfrutar del sexo; tan solo con una se ata a cumplir con obligaciones. Y justamente, vuelve, esta noche que les menciono, de un hotel, donde estuvo con una de sus gentiles amantes. Metió su pija en su boca, en su vagina y, por último, se corrió dentro de su ano. Salieron del hotel y le dio cien pesos argentinos al chofer del taxi para que la llevara, a su amante, a su domicilio; en barrio Suarez. Él subió al Bora y se encaminó de regreso.
                Sobre la Julio A. Roca, de súbito, lanza el coche contra el cordón de la vereda y aparca el vehículo. Puede resultar difuso y confuso esta reacción. Si fuesen las siete de la mañana, quizá, podría resultar que tiene intenciones de entrar al after del boliche Zen, el cual se camufla bajo un pequeño cartel de “se alquila”, pero recién son las tres de la madrugada y su propósito es mucho más vil.
                Cuando el motor se detiene, el verdulero, se baja del carro y cruza la calle. Se dirige hacia un reparo oscuro y desolado. Allí, envuelto en harapos, se protege del frío, un angustiado vagabundo. Se detiene frente a él y le contempla con desprecio. Se llena de ira y genuino, le golpea sin miramientos.
                El vagabundo se encontraba escribiendo, para ser más preciso, se encontraba traduciendo unos garabatos, escritos por un idiota, al castellano. Sin ofrecer resistencia física, recibe los golpes de su agresor y se tiñe su noche de rojo, manchando así, las páginas de su cuaderno. Humanamente se retrae, pero melancólico, agita las alas que ya no posee, intentando protegerse.
                El aleteo desesperado de las alas, que ya no otorgan las posibilidades pasadas, desatan un viento que, junto al polvo de la sociedad, desestabiliza al despreciable verdulero de barrio Suarez; este retrocede aturdido y próximo a su coche, caminando hacia atrás, se abandona, cobardemente, precipitándose contra el duro asfalto de la conservadora ciudad de Córdoba. Su cabeza se apoya en el asfalto, justo detrás de la rueda trasera de su carro. Y sin una explicación coherente, el anclaje del moderno carro se desactiva y, por la pendiente del terreno, el carro se mueve hacia atrás. La cabeza de Lídimo es aplastada por la rueda de su ostentoso vehículo. El vagabundo se aleja triste del lugar sin dejar rastros. La mancha de sangre que nunca se borró, permanece, aun hoy, cerca del cordón de la vereda.
                Desde entonces, cuando un vulgar viento ataca a gárgolas y nocturnas criaturas, significa que Lídimo exige una reverencia. Un reconocimiento al recuerdo vivo de su memoria. Los devotos dibujan, con sus pies izquierdos, el símbolo de infinito con dos puntos dentro. Así, Lídimo se reconforta y los Vientos de Lídimel se apaciguan, dejando tranquilos, tan solo por esa noche, a los miserables que no son merecedores de vivir  y respirar en su oscura noche.

domingo, 23 de octubre de 2011

¿Soy una mujer?


Un sábado de agosto.
                Que sábado de mierda. No he salido en todo el día de casa y no he hecho otra cosa más que fregar. El único contacto con el afuera del hogar fue esa conversación telefónica con mi prima. Ella está con su familia no sé en qué lugar de las sierras; me alegré por ella cuando platicábamos. Mi niño duerme ahora y yo permanezco en silencio mientras mi-marido devora la comida que he preparado y no tengo idea a como sabe. Me muero por otro cigarro. Mi-marido come con los ojos cerrados y creo se ha olvidado de mí. Ha terminado y parece se ha dormido. Qué sábado de mierda. Estoy aburrida, son las once de la noche y el borracho está cansado. Los sábados de fútbol con los amigos le agotan. Me he puesto bella para él, le he esperado toda la tarde y él tiene los ojos cerrados.
                Una vez más lavo los platos. La bacha, el agua fría y el detergente. Espuma. Mis manos arrugadas. No pestañeo, no pienso, no lloro. Siento su mano tocando mi culo. Mi tanga se refugia en mi raya. Luego su pija erecta se friega sobre mi femenina humanidad y mis pezones se erectan también. Sus besos me excitan y me saturan de calor. Mis pantalones están abandonados sobre mis tobillos y un dedo suyo se mete en mi vagina. Me mojo, cierro los ojos y con la mano izquierda cierro la cañilla. Toda mi tanga esta empapada de mí. Libero una pierna de mi jean. Flexiono mis piernas tan solo un poco y las separo. Mis manos apoyadas sobre la mesada y vigilo que mi niño no aparezca. Me avergonzaría muchísimo. Él corre mi bombacha con su mano y me penetra. Está duro; muy duro. Con la otra mano exprime mis senos por encima de mi remera nueva. Me gustaría que me la saque. Bha, no importa; nunca lo hace. Entra y sale. Me derrito; me gustaría estar en la habitación de un hotel, con espejos enormes y mirarme cuan perra soy. Besar mis pezones y mirarme mientras me cojo a mi hombre. Él solo entra y sale. Yo aprieto su pija con mi vagina y él, con furia, entra y sale.
                Se aleja y arranca mi bombacha. La destruye por completo. Hubiera preferido que no lo haga; era nueva, y de las caras. Me gustaba esa bombacha. Con la mano derecha, toma con fuerza su pija y frota su cabeza por mi ano. No quiero hacerlo de esa manera. La otra mano está apoyada sobre mi espalda.
                No me voy a desesperar. No va a ser la primera vez que me libero de esta situación. Sexy, lo sé; ¡hermosa soy! Meneo mis caderas y tomo su dura pija con mi pequeña mano. Con mi otra mano separo mi nalga y soy yo quien froto la cabeza de su hombría sobre mi ano. Él mira mientras acaricia sus tetillas. Muerde su labio inferior y una densa peregrinación de baba se escapa de su boca. ¡Es el momento justo! Me doy vuelta y me arrodillo, quedando mi cara a la altura de su dura pija. Él se apoya sobre el mueble donde guardo las ollas y todos mis accesorios de cocina. Mis dos manos aprietan fuerte y mi boca introduce su sexo hasta el fondo. Puro pene y yo me esfuerzo por no lastimarlo con mis dientes. Se satura mi garganta y con una arcada intento zafar. Él me niega ese derecho tomándome por la nuca. Entra y sale; mil veces lo hace. Estoy por desmayarme y mis ojos por estallar. Antes de eso estalla su simiente; una poco dentro de mi boca y otra sobre mis senos; sobre mi remera nueva. Hubiera preferido que no lo haga.
                Él levanta sus pantalones y acaricia mis mejillas. Me abandona sin decir nada y se dirige al baño. Creo, esta noche, va a salir. Se baña. Cuando sale yo entro. La toalla esta tirada sobre el piso mojado. Me baño. Cuando salgo él ya se ha ido. Es rico el aroma de su perfume. Apago todas las luces y cierro todas las puertas con llave. Estoy agotada. Mi niño duerme. Me acuesto en la inmensa cama de dos plazas. Me hubiera gustado tener un orgasmo. Estoy re caliente. Bajo las sábanas acaricio mi caliente entrepierna. Mis manos saben cómo acariciar mi calor. Con mi dedo recorro el camino que su pija ha transitado. Llego al éxtasis y cuido que mi niño no se despierte ¡Qué sábado de mierda! Bha, no importa, ya estoy dormida.

Un domingo de agosto.
                La luz de la cocina dilata mis pupilas, apuñalando mis caminos, agota mis valentías y decisiones. Un parpadeo y mis lóbulos oculares se inyectan de sangre. Arena serrana en mis corneas ofreciendo dolor y yo estrujo el trapo. El agua regresa al balde y la lavandina se evapora invadiendo, no solo mis ojos, sino también mis narices. Ya estoy acostumbrada. Mis manos arrugadas y pálidas no se quejan. Yo tampoco. Limpio los pisos con un palo y el trapo vá y viene; incesante. Va mi vida, viene mi desesperación; va mi calma, viene….
                Viene mi marido acompañado por la delincuente luz de la noche y la comida le espera humeando aromas de hogar. Él no huele, no percibe el reclamo de hogar; los niños duermen y yo no existo; los sólidos que, masticados, caen al alcohol del estómago son los privilegiados que se hacen escuchar. Restos de comida quedan en la grasa de sus labios mientras, con placer, cierra sus ojos. No los abre. Yo no existo. Estoy cansada. Todavía no me he bañado. La casa esta impecable, huele bien; él y yo apestamos. Amor me voy a bañar, ¿te sirvo más vino? Mhhh…. Y eso me dice que sí. Mientras el rojo licor cae como sagrada cascada sobre el enorme baso, descarrilo y osada me expongo estúpidamente;  mañana tenés que trabajar, estás borracho. Y es, definitivamente, un mal movimiento.
                El tenedor gira en el espacio alejándose del plato, la mesa se ensucia con comida y veo el mantel recién lavado manchado con mierda mientras cinco estrellas brillan de repente. Mierda y sangre sobre el mantel. Doy tres pasos hacia atrás y él se levanta. Cierra sus puños mientras intento no caer al piso. No es bueno caer al piso; eso lo sé por experiencia. Cubro mi cara con mis dos manos y su puño cerrado impacta feroz en mi oreja. Estalla mi oído y escucho un acople de recital, pero con sangre. Es un recital infernal, y acaba de comenzar. Un acople. Un acople en el escenario…
Me abandono y él, de los pelos, me reincorpora. Golpea mi garganta y mi pecho con su dura mano. Mis brazos están caídos, mis manos abiertas. Mi niño duerme, eso espero. Caigo desplomándome sobre mi sombra y mi esposo se queda con un puñado de mis cabellos. Antes de posar mi cara sobre el desinfectado piso doy una bocanada de aire, debo resistir. No debo sucumbir.
Inhalo y exhalo. Escupo sangre y apoyo mis manos en el piso. Intento levantarme. No sé donde esta él. Inhalo y exhalo. Estoy en cuatro patas como un perro mugriento. Rasco mi piel contaminada de sarna. Estoy pelada. No soy nada. Espero se haya ido a bañar. Olía muy mal y las sábanas están limpias. Las lave con vívere. Huelen bien. Mi niño duerme, eso espero.
Como un bólido infernal impacta una zapatilla Nike en mi cara, la sangre estalla y una ventana ilumina mi cielo cual cometa mientras pierdo la conciencia. Ya no me duele, todo es negro y la sangre deja de ser roja. Me ahogo con ella. Siento su sabor mas no veo su color. Espero se canse pronto. Creo que todavía está golpeándome. Mi niño ya no duerme, está llorando, callado,  en su cama. También sus sábanas están limpias y huelen a Vívere. Él  es un niño bueno y sus sábanas huelen a Vívere. Se apagan las luces. Mañana le llevaré el desayuno a la cama a mi niño y  lo dejaré dormir hasta tarde; así limpiaré todo. Ahora no, estoy muy cansada.

Un miércoles de agosto.

Se han agotado todas las provisiones.  La alacena y la heladera, ambas, vacías. Contaba con que me duren, por lo menos, hasta el viernes. Hice grandes esfuerzos para estirar las reservas, pero he fracasado. Soy un inútil. Quedan solo estantes vacios. Es mi responsabilidad y he fallado. Le he fallado a mi niño. Él es tan tranquilo y bueno; y yo le he fallado.
Soy inútil, pero ingeniosa. Soy una mujer ingeniosa. No lloro. Me visto y cubro mi cara. Son las siete de la mañana y uso gafas oscuras y un pañuelo que cubre casi toda mi cara. Levanto a mi niño y lo preparo. Pantalones grises, camisa blanca, zapatos lustrados y una chamarra azul marino. Lo llevo donde su compañerito. Su madre los llevara luego al colegio. Yo debo ir al Mercado Norte.  Debo comprar todo. Carne, verduras, papel higiénico, fideos, arroz, picadillo y un salame. A mi marido le pone de buen humor comer salame. Queso! No debo olvidarme del queso.
Me esfuerzo y no me doy cuenta de mi desorientación. Siento que no existe norte en mi travesía y no tengo fuerzas en mis brazos más que para cargar las bolsas. Son muchas y eso no importa. Son las once de la mañana y estoy entrando a casa. Ningún vecino me ha visto. Ya está. El pañuelo cubre mi cara pero no engaña a nadie. Me encierro en mi… hogar. El sol calienta tímidamente y el viento arrastra polvo. La miseria hecha polvo envuelve mi ciudad y me cubro en mi…hogar. Ordeno y lleno la alacena y la heladera. Mis heridas duelen y se expanden. Morado casi negro. Laten mis heridas y yo me esfuerzo. Soy una inútil.
A pesar de la oscuridad del sol me siento afortunada. Mi niño es muy bueno y me facilita las cosas. Estoy tranquila porque él está bien. Es callado y no le va tan mal en el colegio. No se integra dice la maestra y se debe a su timidez. Él es tímido y yo inútil. Cada ser humano presenta características que lo diferencian de los demás. Unas lágrimas se escapan de mis ojos cerrados; debe ser por las cebollas que pelaré cuando prepare la cena. Mis heridas laten y duelen.  Yo no lloro. Soy pequeña y no sirvo para nada. Voy a prender un cigarro. Me muero por una bocanada de humo.

Un viernes de agosto.

Ya no sangro al orinar. Me siento no tan mal. No he podido dormir bien; he orinado, creo, siete veces desde que nos acostamos. Orino y tomo agua. Tengo sed. Me fumaría un cigarro, pero no. No da. Voy a esperar a por la partida de mi marido; creo que tengo uno escondido en uno de los cajones del ropero. Es un Parliament, eso creo; eso espero. Donde falta cabello y sobra sangre seca, duele. Mi cabeza duele. A decir verdad no es dolor, simplemente late al igual que las demás heridas; y al igual que las abiertas, arde.
Mi cuerpo está partido y mi corazón confundido. Son las siete menos cuarto y el sol no asoma todavía sus brazos de entre los techos bajos de la barriada. Ni el más fino rayo de luz. Si bien el cielo no es negro, los recién levantados no ven más allá de sus narices. En breve sonará el despertador y yo prepararé el desayuno para mi marido. Antes de irse necesito me abrace y me repita: -Te amo, princesa- me dé un beso y: -Hasta la noche mi amor.
Le creo cuando me dice me ama. Soy una mujer, él mi hombre. Anoche lloró y me pidió perdón. En sus lágrimas habló su corazón arrepentido. Le temblaba la voz y se arrugaba su pera mientras asía con fuerza mis manos. Lloré junto a él y le abracé con pasión.
Froté mi mano por su espalda y mojó mi camisón con sus lágrimas. Su corazón es sensible mas no domina la violencia de su carne. Una vela prendida a todos mis santos, para limpiarlo de su sufrimiento, ya no ilumina; qué raro. Una ofrenda a mis santos para lograr su felicidad. La de mi niño también. Duerme mi niño; duerme mi hombre como un niño. Me levanto a orinar. La noche fue negra y no he soñado; he pensado con el corazón mareado.
Me dijo no lo volverá a hacer; las cosas serán diferentes a partir de ahora. Le creí; le creo. Suena el despertador y ya estoy en la cocina. Le llevo el desayuno a la cama y él está esperándome acostado bajo las sábanas. Ya fue al baño e hizo pis. La mochila del inodoro quedó perdiendo agua. Dejo la bandeja sobre la mesa de luz. Él toma mi mano y amablemente me invita me siente a su lado. – Hoy voy a ir un poco más tarde al trabajo, princesa- me dice en tono seductor y despidiendo de su boca un aliento terrible. Su mano se filtra por mis piernas hasta mi monte de Venus. Su pija está dura, muy dura.
-Ahora no lo prefiero, mi amor, -le respondo sinceramente mientras le doy un beso en sus labios, soportando su potente aliento de puma.
-Sabes que no me gusta me digan que no, ¿verdad?
-Si mi amor. Lo sé. –respondo. Después que me coja voy a fumar un cigarro. Mi niño duerme. Soy una mujer, ¿verdad gitana?

viernes, 7 de octubre de 2011

Vicios y Violencias.


               Motivado por los profundos análisis de Ernesto S., referidos a la realidad de la novela, me dispongo a contar una historia. La espumosa malta me acompaña, al igual que unos murmullos de futbol que resuenan desde el televisor (-para todos-). Trago tras trago, intento hilvanar mis ideas para darme lugar en una exploración interna, indagando; para luego, germinar con la tinta los secretos profundos de mi corazón y así lograr la empatía con el lector. Lo paradojal del asunto, reside en el hecho de sacar boleto en el exterior para un viaje interior, ¿no?
                No intento explicar lo que entiendo de “El escritor y sus fantasmas” debido a que la filosofía es una ciencia que, me temo, no entiendo. Bha, no estoy seguro que sea una ciencia. De todos modos, no reconozco sus terminologías y estructuras como tangibles. Mas no puedo negar que cuando, con curiosidad, indago periféricamente un ensayo como este, resulte mi espíritu completamente estimulado y revuelto.
                La intención del actual trabajo consiste en continuar con la sistemática ejercitación que he venido desarrollando, desde hace un tiempo, en virtud del Taller de Literatura al que acertadamente concurro y agregarle este plus incorporado por el amable ensayo escrito por Ernesto.. por tal, estableceré una actividad sencilla que, acompañada por mi imaginación, permita plasmar en el papel mi más profundo anhelo: ser libre. El estilo del texto será “literatura policial” y el tema “violencia de género” en aras de “violencia familiar”.
                Así, el eje de la historia es un crimen cometido hace varios años atrás; ¿Cuándo?, cuando yo tenía doce años de edad; ¿Dónde?, en la casa de enfrenta, donde vivía el señor V. con su bellísima esposa, la señora J.U.Anna V., y su pequeña hija; ¿Quién soy?, un joven muy tímido e introvertido quien, en aquel momento, se encontraba en las puertas de la adolescencia, con una existencia chata. Con un hobby, por supuesto: el modelismo estático de automóviles. Por aquellos años, contaba con una colección de sesenta y tres piezas Display; en la actualidad cuenta con más de setecientas piezas en escala 1:24; no solo Display, sino también, -Para armar- y Scratch building. Soy un fanatizado por los autos Muscle car y los Hot rod; soy Diogo Acapello.
                Recuerdo mi fascinación por la señora J.U.Anna V. y como me encontraba perdidamente encantado, no solo por su belleza física, sino también por la luz que ofrecía desde su interior. Debido a que mis padres se abocaron siempre y de forma exclusiva a su vida profesional, nada impedía que la vigilara y la contemplara en secreto desde el interior de mi hogar. Ella era la emperatriz de las fantasías que me autoestimulaban. Recuerdo, también, la tormentosa noche en que fue asesinada. Lo recuerdo porque vigilaba desde mi cuarto, sentado en mi escritorio, que queda en la planta alta de mi casa y cuya ventana otorga una panorámica perfecta de la casa vecina. Deduzco que aquella noche, la señora V había decidido abandonar al señor Antonio V. Basé mi conjetura, la cual sostengo aún hoy, en los hechos, movimientos y discusiones divisadas a través de unos generosos binoculares. También los conservo. Después de aquella noche, no volví a ver a la señora V.
                Se rumoreaba, entre los vecinos, que el señor V, a pesar de ser muy sociable y, hasta puede decirse, de carácter fraternal, era una persona violenta, celosa e impulsiva. Después de la misteriosa desaparición, envió a su pequeña hija a vivir con sus abuelos maternos, quien, atiéndase el detalle, a partir de aquel traumático episodio no volvió a hablar, acentuándose su timidez y carácter introvertido. Por un período de ocho meses, el señor V, insinuó una desolada depresión ocasionada por el supuesto abandono de su joven esposa. Con treinta y dos años de edad Ella desapareció de mi vida y estoy convencido que su esposo la asesinó. Nunca pude probarlo.
                No se puede negar que el señor V es portador de un exquisito gusto en cuanto a la belleza femenina, puesto que trece años después de aquella furiosa noche, se casó con una hermosa mujer; la cual resultó ser la psicóloga que lo ayudó a superar su supuesto penar. Ella es una mujer de rasgos y características personales similares a las de la desaparecida señora V.
                En la actualidad continúo vigilando a la familia que mora frente a mi domicilio; y gracias a que mis progenitores mueren, puedo ocupar mi tiempo en un exhaustivo seguimiento en pos de esclarecer aquel impune crimen. Esto gracias, también, a la abultada herencia otorgada por mis difuntos padres; la cual permita el cómodo desarrollo de mi profesión desde mi domicilio. Es mínima mi necesidad de abandonar el hogar.
                En los últimos tiempos he notado una particularidad que ha llamado a mi atención y se ha despertado, en mi pecho, un sentimiento muy parecido a la preocupación. La joven psicóloga emana de su femenina hermosura un brillo especial, haciéndola figurar como una criatura mágica de visita por esta realidad. Sumado a esto, sus curvas se han pronunciado sutilmente, colocándola en la cima de la belleza. Hasta su cabello perece el de una diosa estelar. Estos rasgos son similares a los que hube notado en la preciosa señora V en los tiempos que precedieron a su fatal desaparición. Esta similitud me sugiere el inminente desarrollo de hechos violentos y catastróficos. Considero que ha llegado el momento de abandonar esta pasiva conducta y prevenir a la psicóloga de su futura muerte.
                Armándome de valor salgo de mi cueva y acudo al socorro de la desprevenida. Golpeo a su puerta y ella me atiende con una hermosa sonrisa en su rostro. Me invita a pasar y sin pérdida de tiempo le hablo acerca de mi preocupación. Su mirada se mantiene segura hasta que menciono la característica recién mencionada. A partir de allí, su semblante cambia y su cara muestra un dejo de preocupación. Ella me habla de su actual y delicado estado; casualmente, el mismo que afrontaba  J.U.Anna al momento de marcharse. Antonio era muy violento en aquellos tiempos.-Agrega.- Ahora está clínicamente controlado.
                Sobre la mesa de jardín que se encuentra en la galería, donde platicamos, la cual está junto a la silla mecedora donde la, ahora, preocupada psicóloga está sentada, veo unos libros: uno es una antología de cuentos de Borges, abierto en “Los dos que soñaron”; y el otro es “El alquimista” ,de Cohelo. Veloz y acertado, deduzco que se encontraba corroborando uno de los numerosos plagios, del brasilero escritor, al momento de mi llegada. Esto me ilumina y súbitamente encuentro la luz de la verdad. La idea de tesoro enterrado es totalmente aplicable a este asunto. Explico: el tesoro de Santiago, en “El alquimista”, está enterrado bajo una planta de café. Este dato es inductor. Agitado indago con mi mirada en el paisaje y veo una vieja higuera, fatigada, en el patio. Cuando establecí el eje de la historia, no hube planteado este decisivo detalle, el cual indica que si cavo alrededor de la higuera encontraré un cadáver. El universo conspira en mi favor. Le comento a la totalmente preocupada psicóloga mis análisis e intenciones y ella se hace eco de mi intriga.
                Con pico y pala cabo incansablemente alrededor de la vieja planta. Al cabo de varias horas de arduo trabajo mi decepción es enorme. No encuentro nada y para cuando Antonio V llega a su casa, en compañía de su hija, la planta está caída y los montículos de tierra que rodean al descomunal pozo hacen ver al patio de la casa como una pista de bici-cross. Sin permitirme ofrecer mis excusaciones, el señor V me despide violentamente de su casa. ¡Muy violentamente! Puños duros y certeros sobre mi rostro. Retrocedo y me cubro; pero sus desbordes son totalmente violentos. Me somete. Me acobardo.
                Nuevamente acudo al resguardo de mi solitaria cueva; ¡mierda!, al final de todas las cuentas, resultó ser violento el hijoe`puta. Sabía lo que hacía. Controlado casi me mata. Me abusé y se cortó la cuerda. Nunca hube imaginado tal desenlace. Pensé, la imaginación mía iba a manejar la situación como una profesional; en cambio, todo sobrevino en catástrofe: en el universo creado por mí, la naturaleza no conspiró a favor de mi fortuna. Resulta, espontáneamente, que estuve ilusamente convencido  de tener el control de mis sentimientos y deseos.
                Esta omnipotente obsesión de carácter J.U.Annesco resulta generar, según la influencia de Ernesto S., una antítesis o contra-utopía  llamada Antonio V, la cual acuna el vacío de una viciosa mala-palabra; violencia. Ni la frescura de mi malta mitiga el desconcierto en el que, asombrado, me encuentro. “Las cosas no son como las vemos, las vemos como somos”. Ella era una mierda. Se marchó porque no tuvo cojones. Un raspaje y armó las maletas. Nada de Mambo Negro para el verano; y yo, ¡un pajero de mierda!
                La hija de puta se tomó el palo y le chupó un huevo desaparecer de mi vida. Esta puta ninfa me dejó sin utopías. Estoy vacio y en la oscura soledad de mi habitación consumo mi vida en una pitada de tabaco. Sos la peor mierda J.U.Anna;¡ por hija de puta habría que cagarte matando!

Autor: Diogo Acapello.
Colaboración especial: Max Power G.

martes, 6 de septiembre de 2011

El hombre sin pasado.


Prólogo.
                              Argentina, 25 de abril de 1976.
Estimado lector:
           Inevitablemente, me considero responsable de la crisis experimentada por Diogo Acapello y no pretendo dejar a este vomitivo relato, huérfano de sentido; por esto decido describir las intolerantes reacciones, ofrecidas por el escritor al abandonar su obra.
          Por tal, cuento que: Diogo abandona su lapicera, se levanta y se dirige hacia la puerta. Desde allí me insulta, gestualmente, tomando sus pelotas con las dos manos. Luego, azota con furia la puerta al salir.
          Casi de inmediato vuelve a entrar a la habitación donde, las ventanas y persianas cerradas, aislanme del mundo. Solo hay un escritorio, en el cual, me encuentro desnudo y desesperanzado. Un cuaderno recibe compasivo mi tinta desesperada. Diogo sostiene, con su mano derecha, un revolver cargado; me apunta.
          -No es personal, guaso. Pero en mi patria no hay tierra para que germine tu naturaleza.-Y diciendo esto, me dispara. La pluma me abandona, obligándome a dejar un cuaderno con muchas páginas sin escribir. Recibo el disparo en mi mente y así muero. Hoy desaparezco sin dejar recuerdos; ningún rastro de mi existencia. ¡Hasta siempre, maldito mundo incomprensiblemente intolerante!
                                                                 Petro Timoshenko.
                (El hombre sin pasado)

Relato.
          ¡Recuerdo, si señor! Viajo al pasado y vuelvo a sentir. Lo hago intencionalmente y en otras ocasiones, son los recuerdos los que deciden ocuparme. Forman parte integral de mi persona, como mis dedos, mis cabellos, mis palabras. Son un eslabón más de mi infinito y están íntimamente ligados a mi ombligo, mis nauseas, mis derrotas.
          Recordar corresponde a una capacidad innata del individuo corriente. Comer y recordar. Odiar y recordar. Recordar el rencor y odiar la rememoración, actúan semejantes en el mismo estallido. Y a pesar del impecable orden natural que nos ofrece el universo, no recuerdo a Petro. Es mi compañero de facultad. Es con quien mejor me relaciono. Es muy inteligente y analítico. Es puntual y aplicado. Es incapaz de incurrir en una contravención. Es gratificante compartir con él. Es mi compañero, Petro Timoshenko, y no lo recuerdo al cabrón. No lo ubico en ningún recuerdo; a pesar de tenerlo en gran estima, no forma parte de mí.
          Mis otros compañeros coinciden en la observación de esta peculiaridad. Hemos tratado este misterio en reiteradas ocasiones y todos no-registramos recuerdo alguno donde exista Petro. Resulta, de haber compartido con nosotros, ocasión banal o extraordinaria, difícil desapercibir su particular presencia. Este es un sujeto alto, flaco pero de elegante esbeltez; de manos hábiles y dedos largos; su barba se une a la castaña cabellera sin mostrar prejuicio que la condicione o la aleje. Petro es prisionero de una suprema mirada que ni mil domadores podrían controlar. Es directo y conciso en cuanto a la emisión de sus pareceres; logra incomodar hasta al más portentoso caradura. No usa perfume y el aroma que destila su piel insinúa vodka. Es muy preciado por todos nosotros y nadie lo recuerda.
          Todas y cada una de las veces que hemos intentado esclarecer este confuso asunto, hemos desistido ante la fatiga; no sin antes considerar innumerables posibilidades y eliminar supuestos incoherentes y de carácter ilógico. Lo curioso de estos debates es su común denominador, la posibilidad no tolerable, la consideración que desata el caos y despierta las reminiscencias más incómodas: el testimonio de Petro.- Soy  una persona sin pasado. Llegado este punto, sin decir más, nos levantamos y nos marchamos. Punto final.
          Pero todo cambiará este martes 25 de abril del año 2011. Tengo una carta victoriosa que permitírame esclarecer este misterio. Decido enfrentar este desafío solo. Abandono a mis camaradas seducido por el enceguecedor resplandor de la gloria individual, priorizándolo, intuitivamente,  por sobre el satisfactorio logro grupal. Te espero, Petro,  con ansiedad, seguro que la verdad me acompaña y, agradecida por mi vocación, prométeme la luz que destruye la penumbra.
          -Poseo una fotografía dónde estás, Petro. La he encontrado entre las hojas de un libro sin tapa y que guardábalo junto a mis carpetas de primer año. La imagen no es buena pero, sin duda, este que está junto a esta extraña dama, ahí, en este rincón del cuadro, detrás de todos nosotros, ¡eres tú, cabrón! – Le digo con severa sentencia y así continúo: - Esa campera tuya es inconfundible. Esto es prueba de tu falso no-pasado. Estas en esta foto, por tal, tienes pasado como cualquier hijo de buen vecino; mas no te recuerdo. Este hecho pertúrbame.
          Su mirada infinitamente inocente no se inmuta. Con serenidad, apoya su mano sobre mi hombro e indúceme a caminar a su lado. Comienza así a aleccionarme acerca de mi inquietud. Reconoce que es difícil de entender y resulta poco común la particularidad que decora su personalidad. Él es muy amplio de pensamiento. Pasamos del polvo de los caminos de la Ciudad Universitaria a la angostura de las veredas de la ciudad y, con palabras francas, aquieta mi exasperación. Llegamos así a la plaza del Libertador San Martín y nos detenemos frente a un banco donde están sentados un viejo y un joven.
          -Las personas presentamos particularidades que nos diferencian de todas las demás. Podemos poseerlas por propio deseo o ser acreedores de ellas por designio divino; el cual es mi caso. Me resulta difícil y complicado vivir con ello. Estoy acostumbrado, pero no puedo decir lo mismo de los demás. Esto es así y no hay tu tía; soy un hombre que no tiene pasado. Se de otros como yo y de otros acontecimientos difíciles de asimilar. Resulta que el tiempo es mucho más dúctil de lo que el común general imagina. Mirad, sino. -y señálame a los dos caballeros, quienes, sentados en el banco de la plaza, están frente nuestro.
          Ellos interrumpen su conversación debido a nuestra inoportuna presencia. Así me presenta a Jorge Luis Borges viejo y a Jorge Luis Borges joven, quienes, después del atento saludo, coinciden y amplían la tesis desarrollada por mi compañero Petro. Descortés interrumpo: - Ya, ya, ya. Yo hube leído, hace un tiempo ya, “El otro”,  escrito por usted-(es), y no recuerdo habéis mencionado nuestra presencia en él. Desde una posición de existencia real planteo este lógico análisis, evitando así, ser burla fácil de usted-(es), irónicos pelafustanes.
          -Yo decido, en todos mis trabajos, omitir los detalles que no aportan excelencia a la estética perseguida. Es evidente, estimo, para inteligencia comparable a la vuestra, entender. – respóndeme soberbio el más viejo y sus palabras, en mi plaza, suenan como vacías excusas.
          -¿Desde dónde estás hablando, viejo?, ¡Por cada Jorge que logra el éxito, existen miles de descamisados que merecen morir ignorantes!, ¿Verdad? ¡Sos triste, viejo! Las luces de la civilización te encandilan y eres incapaz de sembrar un rayito de luz en la tierra nuestra (en realidad pienso que has sembrado una galaxia maravillosa, pero no lo menciono, soy muy orgulloso). Buenísimas tus construcciones literarias; malísimas tus elecciones. ¡Sos triste, cabrón!, ¡y vos también, pendejo!, acaso ¿debemos imitar sus europeas barbalizaciones? Y en cuanto a lo tuyo, Petro, ¿qué puedo decir? Puedo tolerar las olas, en las mansas costas de mi patria, producidas por el comunismo, el anarquismo y cuanta estructura social que persiga objetivos reales; nuestra sociedad, intentamos, sea real; pero la dialéctica de tu no-pasadismo  es absurda. No aporta. Que la toleren los tuyos, en Ucrania. Los italianos nos ofrecen su abundante y deliciosa comida; los africanos, el poder hipnótico de sus tambores; pero les doy de vuelto, a los ucranianos, tu no-pasadismo. - Sin decir más, y completamente abrumado, decido largarme del lugar y dar por finalizada la tensa conversación.
-Lamentable personaje. –dice Jorge.
-Verdaderamente. –responde Luis. –Me hablabas, antes de la desafortunada interrupción, acerca de…
-¡Y me cago en el diablo! Ya es la segunda vez que me sucede lo mismo. Vez pasada con Belicio y ahora con estos pelafustanes. No puedo evitar exasperarme ante estas situaciones pero, ¡es intolerable!, ¿cómo es eso de tratarme con semejante soberbia en mi propio relato?, ¿cómo es eso de no-pasado así como así? ¿Debemos, nosotros, permitir el envenenamiento de las buenas costumbres con estas misceláneas? No puedo permitirnos semejante inmadurez, pues, no lo tolero. Sobrios y virtuosos hemos definido, mis camaradas y yo, actuar en un campo de acción definido,  intentando así que cada paso dado esté encaminado hacia la victoria y la gloria. El esquema trazado resulta aceptable; y es con el cual convenceremos a los escépticos, animaremos a los aliados y venceremos a los enemigos. En este orden, lamentablemente, las medias tintas serán borradas con violencia y sin sutilezas. Ahora, iluminado, registro la repulsión que me ocasionas; mi lapicera vomita colérica tu nombre, Petro Timoshenko. Para que lo entiendas definitivamente, en este circo, soy yo el payaso que hace reír a los niños. La magia está en mis pelotas; de desearlo, te saco del relato arruinado por ti, y acabo contigo con un disparo de mi mente. –Créeme, lo deseo.
          -¿No lo ves?, lo has arruinado todo. El propósito era simple, pero maravilloso. Un relato de realismo mágico para el taller de literatura. Luciano, mi compañero, haciendo cuestionamientos existenciales en cada metamorfosis de tic a tac, revolucionando los relojes (los digitales también) y yo ni siquiera puedo controlar a mis personajes. Lo arruinaste, Petro; pero no importa, ¿cierto?, si ni logras entender la conjugación. Pero la culpa no es tuya; la culpa es mía. Yo lo empecé; yo lo termino. Esta mierda queda así, sin nada; sin final. Abandono mi pluma y me largo; te abandono, Petro. Punto final. 

martes, 12 de julio de 2011

Gil trabajador.


El carnicero salió del negocio para ahuyentar a unos niños, cuatro o cinco eran, quienes patoteaban a su sobrino, en la calle, frente a su negocio. Lo patoteaban y no les importunaba el concepto de desubicación. Eran las ocho de la noche. Oscuro ya. Frio ya. Luces con sombras y le pisaban el coco a su sobrino.
                Los echó del lugar y, quienes golpeaban a su sobrino, se fueron, mientras vociferaban maldiciones incorrectas, a por el resguardo de las alas de sus padres. Ellos sabrían que hacer.
                El carnicero se reincorporó a sus obligaciones y, con especial excitación y temblor en las manos, tomó enérgicamente la cuchilla y continuó atendiendo a sus clientes.
                -Guacho! Trátame a mí con la suela de tu zapato y ensucia mi cara con barro al igual que, osado, has hecho con mi hijo. Muéstrame como te sale conmigo, guachín!! – escuchó decir, a un sujeto, desde las sombras de la vereda.
                Hacia allá acudió respondiendo intolerablemente a la participación del desconocido quien cobardemente acechaba desde el anonimato y el atrincheramiento. Cara oscura contra cara al sol discutieron.
                De entre los gritos y las sombras se despachó la primera piña y el carnicero tambaleó. Intentó refugiarse en la claridad de los faroles del alumbrado público. Hasta allí lo persiguieron los golpes que, continuos e incansables, le impedían restablecerse.
                Cuando se cobijó bajo la luz de los faroles se dejó sucumbir al impecable ataque de las hienas que acompañaban al padre aburrido de uno de aquellos malévolos –pisa coco-. Eran los amigos y hermanos del padre; estos últimos, por ser menores, sus discípulos.
                Recibió golpes con increíble valor hasta cuando hubo estado tendido en el piso sin ofrecer resistencia al ataque de –Los aburridos-.
                Paso seguido, estas hienas nihilistas, quienes niegan de modo absoluto la responsabilidad civil atribuida a cualquier individuo y se consideran rebeldes soldados que luchan a favor de una revolución indefinida y resentida, se alejaron del lugar mostrando total disimulo y decoro, ocultando así lo atroz de lo acontecido.
                El vencido –Gil trabajador- permaneció convulsivo y superado. Besó el asfalto con sus labios pintados de rojo furia. Abiertos los ojos y desconoció, como un recién alumbrado, las siluetas de la realidad.
                Parpadeó y salpicó sangre desde muchas heridas. Su atuendo arruinado y teñido de impotencia. Su mirada aterrada y su cuchilla muy lejos de él. Algunos vecinos acudieron a por su socorro; otros volvieron a la protección de sus hogares. 

II. El plan (Los aburridos).

                Si bien en la actualidad se piensa que el crimen organizado no corresponde a un  atributo propio de la delincuencia local, es un hecho corroborado y fundamentado por resultados  empíricos, que los actos delictivos son respaldados por rudimentarios y casi improvisados métodos de acción.
                Los integrantes de La_pandilla siguieron ciertas pautas antes de emprender  su viaje de violencia, las cuales fueron:

o   Uno hace tecla y es la carnada.
o   Todos los demás integrantes de Los aburridos, escondidos en las sombras, entre los autos y debajo de los árboles, aguardarán la orden de ataque.
o   Golpearlo. Pisarle el coco.
o   Rápido y contundente. No zarparse!!!
o   Pasa, pasa; cada uno a su casa.
o   No se realizaran las reuniones diarias de Los aburridos por un par de días (Par₌ tres o cuatro).
o   Ya se donó. La bronca es por una cuestión de naturaleza lejana a lo que implica el buen funcionamiento de su negocio.

III.

                De la sangre, los gritos, el fuego, el terror, las heridas, las miradas, el frio y la mierda se alejan –Los aburridos- caminando por las veredas. Sin correr. Casi con naturalidad y despreocupación.
                Paso firme y paso oscuro, cada aburrido jalando lo suyo. Pasos sin luz. Uno de ellos, El aburrido-M, camina hasta su casa; solo debe hacerlo a través de cuatrocientos metros.
                Camina. Dobla. Dobla. Dobla un poquito y llega. El viaje pareció interminable y su cuerpo conmoviose al imaginarse perseguido. En ningún momento miró hacia atrás. Abre la puerta, entra y la cierra desesperado. Da vueltas a la llave.
                Mientras recupera la tranquilidad se dirige a su habitación con las manos cubiertas de sangre. Fue él quien propinó al carnicero los primeros tres golpes de puño; directos al mentón, la nariz y el mentón. Fue él quien le robó la sangre. La necesitaba.
                Corre la cortina de humo y entra a su habitación. Allí la luz es tenue y el ambiente viciado. En las penumbras esperan pacientes seres siniestros y mágicos a por él. El frio brillo rojizo de sus ojos denuncian la sucia ilusión de sus almas. Son seres vacios y sus manos, inmaculadas, empiezan a impacientarse.
                El aburrido-M se arrodilla sobre la mugre del piso y extiende sus brazos. Desde sus manos deja escurrir la sangre, todavía con olor a miedo, sobre una palangana de aluminio. El viscoso líquido brota interminablemente y se vuelca sobre el recipiente.
                De súbito, cientos de candelabros se encienden, alumbrando de amarillo las paredes y columnas del templo. Los vidrios de las ventanas estallan y miles de duendes de brea reciben la bendición de la sangre, a medida que la palangana se llena, ensuciando sus manos. Todos y cada uno de ellos comienzan a bailar, frenéticos, para consagrar el líquido robado.
                Por la gracia otorgada por el escandaloso conjuro, la sangre es transformada en Sagrado Filo mientras El baile de la Luz Amarilla se encuentra en su esplendor. Los duendes de brea bailan, se frotan y comienzan a derretirse ensuciando tóxicamente el aire.
                El aburrido-M toma la filosa daga extraiéndola del interior de la palangana. Totalmente decidido realiza profundos y certeros cortes en sus piernas. Un tercero en el brazo; no en la muñeca sino en el bíceps. Profunda lamida de la sangre robada sobre su cuerpo. Mil heridas estallan en minúsculos filos que acuden urgentes a su cuello. Así, se genera una nueva Daga Mestiza que fría y cruelmente se clava, corta y sale destruyendo su garganta. Una hermosa lluvia de sangre cae sobre los últimos duendes en pie.
                Atormentado recibe la Luz en su rostro y enérgico se entrega a ella. Se llena de ella y baila obteniendo la gloria de Los fuegos del Infierno desde sus heridas.
                Cuando el Sol da muerte a la noche en qué demonios brindaron con la sangre del carnicero y Antonio Vicio besó en la boca a J.U.Anna Violencia, la madre de aburrido-M se encuentra sentada en el cordón de la vereda, frente a los restos incinerados de su casa, y maldice a su hijo por lo bajo.
 Es evidente que aburrido-M es a sensible,
como drogas duras es a tipos blandos
como cárcel es a inocente
como vinagre es a lombrices californianas
y como músico es a La muerte (según Saramago). 

viernes, 10 de junio de 2011

Escribo.


Puedo violentar una cerradura,
Vomitar bichos, maldecir,
Fornicar, beber, matar,
Jugar, gozar, destruir,
Disfrutar, filosofar, negar,
Reír, vomitar y terminar.
Todo lo confesado consagra la banalidad
No es católico el sujeto narrador.
Escribo y no me arrepiento.

Puedo fornicar un bicho
Violar estados, seducir,
Pervertir, mentir, erotizar,
Abusar, filosofar, ganar,
Destruir, vomitar, fornicar,
Reír, curar y lastimar.
Mirado el horizonte desde adentro
Evapora lágrimas la nocturna observadora.
Aniquilo a todos los demás y no me arrepiento.

Donde las meadas forman los lagos
Que evaporan las impurezas  de un cuerpo helado,
El placer,
Acompañado del gentil alivio,
Dice presente.
Yo escribo y no mido las consecuencias.

Puedo no amar a tu Dios,
Confrontar mentiras, bendecir,
Agradecer, creer, lavarme la cara,
Retribuir, defender, hablarle al Sol,
Sembrar, luchar, cosechar,
Orar, vivir y unir.
Los temores pierden consistencia
Es inactivo el cobarde.
Escribo y libero adrenalina.

Puedo negar al bien
Cerrándole las puertas al mal, iluminar,
Destruir, corromper, ocultar,
Proyectar, herir, joder,
Dar lugar, humillar, engañar,
Derribar, desunir y distraer.
Me declaro Hijo de la Luz
El sometido por la arbitraria imposición de la rígida geometría.
Escribo y me excito.

Cuando las meadas forman los lagos
Que maltratan las morales de vecinos curiosos,
El placer,
Acompañado del gentil alivio,
Moja mi mano.
Yo escribo y no mido las consecuencias.

ALBEЯDI.


Fuegos de Alberdi.

De regreso a Alberdi
Desde Alberdi
Con un estandarte
De mi parte.
Te prefiero ante todo
Emocional.

martes, 24 de mayo de 2011

Anécdota. Grande y grandeza.

                 Durante la navidad pasada pude percatarme de un hecho interesantísimo. Cuando hubo pasado una hora después del tradicional brindis, por la conmemoración de la natividad de Jesús, el nazareno, me paré en la vereda, con una copa en la mano, dispuesto a saludar a mis vecinos. Copas fueron invitadas, abrazos fueron regalados y risas fueron libradas al viento.
                Entregada la noche a estas alturas, por las calles del barrio, las que revolucionadas se aceptan peatonales, todos van y vienen. Todos saludando; grandes y chicos saludando y brindando.
                Deleitándome, con la fracción pagana de la sagrada fiesta, me encuentro cuando reparo en unos pibes, tres o cuatro, que caminando por el medio de la calle, llevando cada uno una botella de sidra cogida por el pico, que parecen llevarse el mundo por delante. Con aires de dandis caminan en busca de sus amigos y amigas. A su paso saludan alegres.
                Ese cuadro trajo a mi memoria un grato recuerdo. Yo hube hecho lo mismo veinte años atrás. Beber resultaba, y resulta en la actualidad, el inmaduro y precoz intento de reconocernos, en buena hora, grandes.
                Con la serenidad que me ha sido otorgado por el gracioso paso del tiempo llegué a la siguiente tesis:

Una botella de licor barato o una copa de mierda no te hacen grande.
Porque si,
En el mejor día de tu vida,
Ese día en el cual Belgrano te regaló la gracia de una victoria,
En el que tu compañera te contó que ibas a ser padre,
En el que tu viejo te dijo lo orgulloso que estaba de vos,
En el que decidiste morir por la utopía, la cual defendiste toda tu vida,
Miras al Cielo,
Te darás cuenta que es Celeste.
En estas pequeñas características
Es donde reposa la Grandeza.

lunes, 16 de mayo de 2011

Latinoamérica



Tu no puedes comprar el viento
Tu no puedes comprar el sol
Tu no puedes comprar la lluvia
Tu no puedes comprar el calor
Tu no puedes comprar las nubes
Tu no puedes comprar los colores
Tu no puedes comprar mi alegría
Tu no puedes comprar mis dolores
...no puedes comprar mi vida
Vamos caminando!!! Aquí se respira lucha!!!
Aquí estamos de pie.

Frío.

Frío hace esta noche en la ciudad de Córdoba. Frío se siente en las manos, en los movimientos reducidos.
El frío ha acabado por cansarme. Es difícil ser pobre y resistir al invierno. Quizás la realeza sucumba su inmortalidad en el infierno. Abrazado por las llamas puedese tolerar cualquier destino. El infierno se puede tolerar.
Infierno frío. Infierno hambre. Hambre!!! Orejas congeladas y manos coloradas. Parece adrenalina, pero es frío. Músculo contraído por el maldito frío. Cuando se torna cotidiano, el frío, adopta aberrante el control de los sentidos. Temor y mucho más. Es anhelo y desesperación. Es desesperanza y fe.

Mis ojos cansados miraban la noche en aquel escondite.
Fumamos pesadillas de distintos orígenes y permanecimos quietos
y apretados dibujamos con colores sobre el negro pizarrón
secundados por un silencio cómplice.

Y con mucho frío
El frío se instala
permanece afuera y...
adentro también.
Adentro les esta! Adentro nos esta!

Es mil traiciones que duelen.
En tus manos.
Traiciones mías, en mis manos.

Tu registro son tus manos y la noche
que no resulta peligrosa, pero si terrible.
En tus manos dormirá la noche
en que cojas tu creatividad
y la vuelques entusiasmado
en este desconcertante escenario.

Es un yuyo

Es un yuyo y demasiado silvestre
tan fresco y esbelto,
tiene finura, mas no sangre azul
ni siquiera aspecto de comestible.
Nutritiva ni pensarlo;
contaminaría, tal vez, hasta al freezer.
es verde y de hojas silvestres.
Es un yuyo.

Pareces un yuyo. Ni hierva eres.
Por eso te sacaron de la maseta aquella noche.
Eso no.Bueno!!!
A nadie le das ganancias.Asi es!!
Nadie te quiere. No representas a ningún grupo
ninguno que origine ganancias a ningún grupo empresarial.
Ningún. Ninguno. Nin. Ni
...ni a ti, ni a mi.

Es verde y molesto.
Molesto porque no aporta bienestar al entorno al que pertenece.
Sin ser acreedor de jerarquía alguna,
osa con interrumpir en la armonía
y ocasionar extinción.
Las luces sucumben ante la especulación lasciva del yuyo.
No soy dueño de ningún jardín,
pero la idea disparatada
de concebir mi vida como un yuyo
actívame curioso por conocer
los momentos gloriosos de este tonto.
Yuyo o tonto,
llámame o llámate como gustes.

viernes, 13 de mayo de 2011

Mi primer beso.

I

Me resulta confortable recordar la brisa que condimentaba aquellas revoltosas tardes y noches del mes de noviembre del año `94.
Mi piel era confidente del viento y siendo un incauto, lo dejaba escapar como agua entre mis manos; imaginaba que el tiempo no generaría cambios y que aquel bienestar se prolongaría cíclicamente en forma interminable.
Cuando el sol comenzaba a acusar la llegada del ocaso, acudía a reunirme con mis amigos convencido que ellos no esperaban con especial sentimiento mi arribo, yo acudía presuroso.
Allí se encontraban ellos.Siempre!! Aquellas dos hermanas,quienes eran muy divertidas. Una rubia y muy bonita, la otra, morocha a quién la belleza le tenía deparada una agradable sorpresa en sus años de mujer adulta.Aquellos dos hermanos cuyo apellido era "de los Santos". Eric y Leo eran demonios fascinantes quienes nunca me dañaron. Por el contrario, sin saberlo, me enseñaron que vivir solo cuesta vida. Y completando la banda estaba J.U.Anna V.. 
Ella era la dueña del cabello mas hermoso jamas extendido bajo el fuego del día. También sus rosados labios me atontaban.
Todos nosotros jugábamos en la calle!!

II

Los juegos propuestos eran de características infantiles, tales como La escondida, El viejito toca la lleva, Carreritas y algunos otros sin nombre debido a que resultaban de la improvisación y la picardía. 
 Todos nos divertíamos, como cuando eramos niños, mas una tensión sexual inusual condimentaba aquellos irrepetibles momentos. Los contactos eran más prolongados, más suaves. Precedidas por intensos cruces de mirada, las risas nerviosas, comenzaron a hacerse cotidianas.
Todas ellas calzaban jeans apretados, los cuales, ya de noche, no delataban la suciedad recolectada a lo largo de todo el día. Aquellos deliciosos detalles despertaban en mi un calor interno, el cual se eyaculaba incontrolable mientras dormía. Mientras jugábamos, en mi entrepierna percibía una presión constante, pero que no me delataba.
La competencia entre varones, la cual se genera desde los comienzos de la comunicación con otros machos en crecimiento, se veía disipada por la necesidad de gustarle a las niñas. Vaya, después de una disputa o desafío me preocupaba el hecho de no haber actuado como un idiota delante de J.U.anna V., la de cabellos con frutas de primavera.
Y mi entrepierna permanecía apretada bajo mis jeans. Y todo mi cuerpo la abrazaba a la distancia. De mis poros se filtraba deseo sexual y mi piel la besaba a través del viento. 
Besos por correspondencia, vía viento!!

III   

Este grandioso amanecer, que se potenciaba por la tarde, casi al anocheser, representa uno de los destellos de vida más importantes de mi historia personal. Es un punto de inflexión dentro de mi linea cronológica.
Ahora bien, cuanto más grandioso tanto más confuso me persibía. no registraba que este juego requería conocer exaustivamente las reglas que nadie ha desarrollado con claridad.
No reconocía haber sacado voleto para formar parte de uno de los juegos más divertidos de mi vida, hasta aquel momento.
La primera y más grande confusión fue el hecho que ella me atacaba directamente en cuanta situación se le presentara. Me peleaba. Se burlaba de mí. Yo no lo toleraba y la enfrentaba. 
Una noche, Eric de los Santos, el mayor de los dos demonios, me explicó que aquello debíase a que J.U.Anna V. me presumía y no sabía como hacerlo.- Es una pendeja, dijo.
Así lo entendí y mientras jugábamos a la escondida, la noche siguiente, hice valer mi boleto.
Procuré durante todo el juego estar a solas con ella, y lo conseguí. Nos escondimos juntos. No recuerdo quién era el que contaba.
Temblando, mas no de miedo, en la oscuridad de nuestro escondite, le dije:- Me gustás!
- Dímelo mejor, Antonio. Contestó ella.
En jaque me encontré. No dije nada y mientras ella acercaba su boca a la mía, cerré los ojos.