Una
fría madrugada, volviendo a casa, entré a un prostíbulo. Era uno de esos en
donde hay una “Madame” que es quien presenta a las señoritas, tú eliges, abonas
y coges. Me pareció desagradable el sistema, pero ya estaba en el baile. Era en
un primer piso y en la escalera, a mitad de camino había una reja. Desde allí
se podía ver una ventana con un vidrio, de esos que ves solo desde adentro y
del otro lado parece un espejo. Me tomé con ambas manos de los barrotes y
esperé manso.
-
Hola, buen día. Escuché desde adentro. ¿Qué
desea?
No estaba seguro que fuera un
prostíbulo, de esos que son mencionados en los relatos de mis compañeros de
trabajo: - Una señorita. Respondí con una vos chillona, casi afeminada.
Una
vez dicho esto, me permitieron el paso y afronte una picaresca aventura, solo,
ingenuo y decidido. La Madame me aguardaba en el portal de la puerta de
ingreso. Me hizo pasar a una habitación donde había un armario, un viejo
espejo, una cama de dos plazas, tendida,
y un sillón. Opté, entonces, por sentarme cómodamente en el sillón y
mirando a los ojos de la adulta mujer, aguardé expectante.
: - Ahora te presento a las
señoritas. Las tarifas son: $ cien la media hora, servicio completo, con una
eyaculación; $ doscientos la hora, servicio completo, con múltiples
eyaculaciones; y $ trescientos ídem al anterior más la cola. Ahora es el turno
de las chicas. ¡ Ponete cómodo! Y se
marchó de la habitación.
Cuando
me encontré solo pensé en sus últimas palabras, “ponete cómodo”. Yo me sentía a
gusto pero pensé, debe ser que debo estar más cómodo; entonces aflojé los
cordones de mis botas, desabroché mi pantalón, abrí mi campera y mis brazos,
apoyándolos sobre el respaldar del sillón y me puse más cómodo.
De repente apareció, sexy, la
primera señorita, me saludó con un beso en el cachete, dio un giro, mostró sus
curvas y se retiró pronunciando su nombre seguido de, : -¡ Ponete cómodo!
¡Puta madre! – pensé; ¿Cuánto más cómodo debo estar?, me late que
las sabandijas que acuden regularmente a estos oscuros lugares deben ponerse
muy cómodos. Decudí sin titubear sentarme en la cama, quitarme las botas,
despojarme de la polera de lana, luego de quitarme la campera jean.
Repentinamente apareció la segunda señorita y también me saludó con un beso.
Cuando se alejaba, sacudiendo sus trasnochadas carnes y su lencería erótica,
dijo con voz ronca: - Me llamo Tamara. ¡Ponete cómodo!
-¿Qué
mierda pasa en este lugar?, ¿parezco un sujeto incómodo?, pues parece que sí.
Luego trabajaré ese asunto. Ahora verán, tumbadas, cuan cómodo me pondré. Me
saqué la camiseta desnudando mi pecho y mi rosario de madera con la cruz
invertida, también de madera. Lo sé, actuaba como hereje; actualmente hemos
evolucionado en nuestra relación, Dios y Yo; por mi parte elijo no creer ni en
Dios ni en Diablo. Adapto la literatura de la Biblia a la existencia del Sol,
fuente de Luz y de Calor; también me quite pantalones y calzones, quedándome
con los zoquetes puestos.
Al
entrar la tercera y última señorita, ella se rió sorprendida exclamando
alegremente: -¡Veo que te has puesto cómodo! Me dio un cariñoso beso en la
mejilla, me dijo su nombre y se retiró.
Nuevamente
me quedé solo y esperé, disfrutando del estado genial otorgado por las
sustancias psico-activas que hube ingerido aquella noche. Desorbitado observé
que se me acercaba la Madame. Arrastraba una mueca burlona en su rostro y
descarada me preguntó: -¿Te has decidido por alguna?
-Por la tercera, respondí y le
aboné una hora de servicio completo con una eyaculación.
-Ok pibe. Vístete que es en la otra habitación –me
dijo guardando el dinero mientras se retiraba de la habitación.